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El legado de Juan Negrín, por Otero Carvajal

En la foto, Otero Carvajal, durante la conferencia

 

El catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, Luis Enrique Otero Carvajal, pronunció esta conferencia en la inauguración de «El legado de Juan Negrín», el aula histórica que la Facultad de Medicina de esta universidad dedica al restaurado quirófano experimental de Juan Negrín. El acto tuvo lugar el 7 de febrero de 2020.


Por Luis Enrique Otero Carvajal

En el siglo XIX la ciencia en España se enfrentó a dos grandes obstáculos: la férrea oposición de los sectores ultramontanos del catolicismo español y la escasez de recursos. Ambos factores dificultaron extraordinariamente los proyectos de renovación del sistema universitario y la introducción de la ciencia moderna. La Universidad española del siglo XIX se había caracterizado por la precariedad de medios, la escasa renovación de sus estudios, muchos de ellos anquilosados en las viejas estructuras y contenidos de la época de la Contrarreforma, la alergia, cuando no abierta oposición, a las corrientes racionalistas y a las nuevas corrientes científicas y de pensamiento. Al iniciarse el siglo XX la ciencia en España, salvo en el campo de las ciencias biomédicas, se encontraba en un marcado estado de postración.

La sempiterna escasez de recursos públicos, el escaso desarrollo económico del país y el anquilosamiento de las estructuras universitarias hacían prácticamente inviable la investigación científica. Una situación insostenible al iniciarse el siglo XX, cuando la ciencia había adquirido velocidad de crucero, para cuyo avance eran precisos recursos e instalaciones y no sólo inteligencia. Sin instituciones científicas bien dotadas de laboratorios, aparatos y personal difícilmente se podía estar no ya en la vanguardia de la ciencia sino tan siquiera al día de los nuevos derroteros que ésta tomaba. La distancia con los países europeos más desarrollados era abismal y la penuria de medios continuaba siendo una constante en la universidad española al iniciarse el siglo XX.

La defensa del darwinismo por Augusto González Linares y Laureano Calderón, catedráticos de la Universidad de Santiago, fue el detonante de la segunda cuestión universitaria tras la restauración de la dinastía borbónica. El marqués de Orovio, nuevamente ministro de Fomento, publicó la conocida como «circular de Orovio», de 26 de febrero de 1875, en la que reiteraba los planteamientos que desembocaron en la primera cuestión universitaria: “En el orden moral y religioso, invocando la libertad más absoluta, se ha venido a tiranizar a la inmensa mayoría del pueblo español […]cuando la mayoría y casi la totalidad de los españoles es católica y el Estado es católico, la enseñanza oficial debe obedecer a este principio […] El Gobierno no puede consentir que en las cátedras sostenidas por el Estado se explique contra un dogma que es la verdad social de nuestra patria”. La circular fue contestada a través de una «Exposición colectiva», redactada por Gumersindo Azcárate, dirigida al ministro de Fomento en marzo de 1875: “Los exponentes […] no pueden aceptar la censura […] ni renunciar a la independencia con que hasta el presente han venido investigando y enseñando la verdad”.

Laureano Calderón Arana y Agustín González de Linares fueron expedientados por el rector de Santiago y separados de sus cátedras el 12 de abril de 1875. El movimiento de solidaridad llevó a Francisco Giner de los Ríos a la cárcel; entre otros Emilio Castelar, Laureano Figueroa, Eugenio Montero Ríos renunciaron a sus cátedras. Tras ser puesto en libertad, Giner de los Ríos fundó en Madrid la Institución Libre de Enseñanza el 10 de marzo de 1876. Dos años después en Barcelona se creó la Academia y Laboratorio de Ciencias Médicas de Cataluña, bajo la dirección de Salvador Cardenal, Bartolomé Robert, Pedro Esquerdo, Miguel Fargas, Ramón Turró, José Antonio Barraquer y Ricardo Botey, quienes impulsaron en 1907 la creación del Institut d’Estudis Catalans.

La trascendencia de la Institución Libre de Enseñanza –ILE- rebasó los límites de su actividad educativa, al convertirse en la depositaria de la defensa de la libertad de cátedra, del estado laico y de la neutralidad religiosa en la enseñanza. Salmerón denunció «la funesta y hasta impía alianza del altar y el trono». Los institucionistas se convirtieron en los abanderados de la necesidad de proceder a una profunda reforma universitaria, pues para ellos «la cultura científica es la primera fuente del poder y de la prosperidad de un pueblo. Sin la ciencia, no se desarrollan las grandes energías de una nación, sus fuerzas físicas y económicas».

José Rodríguez Carracido recordaba la precariedad de medios que todavía a finales de siglo arrastraba la universidad española. “Desde el año 1887 hasta 1901 ¡durante catorce años! Se explicó la Química biológica como si fuese Metafísica […] Al encargarme de esta enseñanza sólo disponía de la silla para la exposición oral de las pláticas de Química biológica, careciendo de todo elemento de trabajo”.

Blas Cabrera en su discurso de ingreso en la Academia Española, el 26 de enero de 1936, definía la precaria situación de la ciencia española al comienzo de la centuria: «Para ofrecer una imagen eficiente del pasado y del presente de la Física española yo traigo a la memoria de aquellos entre vosotros que lo conocieron el barracón levantado en el patio del viejo convento de la Trinidad, sede del Ministerio de Fomento, donde se alojaba el único laboratorio de Física de que disponía la Universidad central. Mi generación fue la última que disfrutó de aquel humilde cobertizo».

Santiago Ramón y Cajal

Santiago Ramón y Cajal fue nombrado en abril de 1877 profesor auxiliar interino de la recién creada Facultad de Medicina de Zaragoza, en 1879 logró la plaza de director de su Museo de Anatomía, para entonces había terminado sus estudios de doctorado en Madrid, donde conoció a Aureliano Maestre de San Juan, catedrático de Histología Normal y Patológica, en cuyo laboratorio se inicio en el empleo del microscopio y la práctica histológica experimental. En 1883 ganó la cátedra en la Universidad de Valencia, donde se incorporó al Instituto Médico Valenciano. En 1887, durante una de sus visitas a Madrid, Cajal visitó varios laboratorios histológicos de la ciudad, entre ellos el de Luis Simarro, quien le enseñó la preparación de tejidos con varios métodos de impregnación, entre ellos el método de tinción con un preparado de plata desarrollado por el italiano Camilo Golgi, que dieron lugar a distintos trabajos sobre histología comparada y a su obra Histología y técnica micrográfica. En noviembre de 1887 obtuvo la cátedra de Barcelona.

En 1892 expuso una primera síntesis de sus trabajos acerca de la estructura del sistema nervioso, publicada en varios números por la Revista de Ciencias Médicas de Barcelona. Su evolucionismo impregnó su investigación sobre el sistema nervioso, que consideraba «el último término de la evolución de la materia viva y la máquina más complicada […] que nos ofrece la naturaleza». Ese año ocupó la cátedra de la Universidad de Madrid -1892-, tras la jubilación de Aureliano Maestre de San Juan, donde dispuso de un bien equipado laboratorio: “debo agradecerle [a Julián Calleja, decano en 1892 de la Facultad de Medicina de la Universidad Central] la construcción y organización del Laboratorio de Micrografía […] porque a mi llegada a la Corte encontré por todo Laboratorio cierto pasillo angosto, pobrísimo de material e instrumental, sin libros ni biblioteca de revistas”.

Los avances registrados desde finales del siglo XIX en las técnicas histológicas y las innovaciones de principios del siglo XX, con métodos originales y mejoras sucesivas, representaron, sin duda, uno de los grandes logros de la obra histológica de la escuela cajaliana. Desde 1898 había centrado su atención en desentrañar los secretos del cerebro humano, con especial atención a la cartografía de la corteza cerebral y a la estructura del tálamo óptico. Ramón y Cajal había descubierto todos los elementos necesarios para comprender la forma en que se asociaban entre sí las células nerviosas y enunció las leyes fundamentales por las que se regía la función de dichos centros nerviosos. Cajal también estableció las leyes sobre morfología y dinamismo de las células nerviosas, zanjando así el debate entre la formación monogenista o poligenista de los nervios, programa de investigación que culminó con la publicación en 1904 de Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados, obra con la que Ramón y Cajal se convirtió en el padre de la neurociencia moderna. La neurología se situaba así en el centro de las investigaciones histológicas e histopatológicas de la escuela de Cajal.

El Congreso Internacional de Medicina de 1900, celebrado en París, concedió a Ramón y Cajal el prestigioso premio Moscú, que distinguía el trabajo médico o biológico más importante publicado en el mundo durante los anteriores tres años. Este hecho tuvo una gran repercusión en España, y el gobierno de Francisco Silvela decidió crear un instituto científico bajo la dirección de Cajal, en 1901 se creó el Laboratorio de Investigaciones Biológicas bajo su dirección. En 1905 fue galardonado con la prestigiosa medalla Helmholtz y en 1906 obtuvo el premio Nobel en Medicina, coronación de su trayectoria científica. Ramón y Cajal se había convertido en el científico más importante y de mayor alcance de la ciencia española. Su nombramiento en 1907 como presidente de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas –JAE- fue una decisión natural, que pretendía garantizar la seriedad de la apuesta, permaneció a su frente hasta su fallecimiento en 1934, puesto que compatibilizó con la dirección del Laboratorio de Investigaciones Biológicas, la presidencia del Instituto Nacional de Ciencias y del Instituto de Material Científico.

La histología española contó con los ingredientes imprescindibles que podían definir la constitución de una escuela consolidada: una figura científica de primer orden como Santiago Ramón y Cajal, maestro de varias generaciones de investigadores; una obra que compendiaba las líneas de trabajo más importantes dentro de la disciplina histológica, y una serie de técnicas histológicas que catapultaron las investigaciones de los científicos españoles hasta ponerlas al frente de la disciplina a nivel mundial. La escuela histológica española estuvo integrada por los discípulos directos de Cajal y por los vinculados a Nicolás Achúcarro y Pío del Río Hortega.

La crisis del noventa y ocho y el regeneracionismo

El ambiente intelectual de finales de siglo quedó caracterizado por la llamada literatura regeneracionista dedicada a denunciar los males del país. El diagnóstico era claro y contundente, España agonizaba. La crisis del 98 cargó de argumentos a institucionistas y regeneracionistas sobre los males de la patria, causa y efecto del anquilosamiento de sus estructuras: políticas, atrapadas en la espesa red del caciquismo; económicas, en las que el proteccionismo actuaba de rémora para el despegue definitivo del proceso industrializador; sociales, donde una extremada polarización quedaba al descubierto en la preeminencia de las redes clientelares del caciquismo y la exclusión social de amplias capas de la sociedad; y, en fin, culturales, fruto de las altas tasas de analfabetismo y de las permanentes dificultades presupuestarias de una Universidad que trataba de incorporarse a la senda de la modernidad.

Esta desesperanzadora situación ganó para las corrientes regeneracionistas a una parte importante de los sectores ilustrados del cambio de siglo, alineados en torno a un amplio a la vez que vago proyecto reformista, que encontró sus principales adalides en la Institución Libre de Enseñanza y el reformismo social de la Comisión de Reformas Sociales.

 Santiago Ramón y Cajal se sumó al programa institucionista, lo defendió y lo reforzó tanto con su prestigio como con su palabra, España había vivido “dando vueltas a la noria del aristotelismo y del escolasticismo”, para Cajal  “la causa de nuestro lamentable atraso, de nuestro modesto papel en el mundo, de la ruindad de nuestro poderío político, y hasta de recientes y tristísimas desgracias no es otra que el abandono de la investigación en todos los órdenes y singularmente en el de las ciencias de la naturaleza”.

La creación del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, el 28 de abril de 1900, fue un primer paso para la reforma de la educación y el impulso de la investigación científica. Antonio García Alix, primer ministro de Instrucción Pública, imbuido de los planteamientos regeneracionistas, entendía que “por medio de la instrucción pública, bien dirigida y organizada, podrá adelantarse mucho en la obra regeneradora que impone el estado presente, y sobre todo el porvenir de nuestro país”. La reforma de García Alix, dio lugar a un nuevo plan de estudios en las facultades de Ciencias que sustituyó al establecido en 1880, adecuando sus contenidos a los establecidos en las universidades europeas. Una reforma que despertó el rechazo de los sectores ultraconservadores. José España Lledó, catedrático excedente de Metafísica de la Universidad de Granada, manifestaba su abierta oposición: “el Sr. García Alix ha hecho un decreto absurdo, entregando a los jóvenes escolares sin defensa alguna a la camarilla librepensadora que le rodea”.

A la vez que se reorganizaban los estudios de Ciencias, se puso en marcha una tímida política de pensiones al extranjero, con el fin de ampliar la formación de profesores y estudiantes. Los resultados de la política de pensiones fueron escasos debido a su reducido número, pero sentó las bases para su desarrollo posterior por la Junta para Ampliación de Estudios. En 1906, el liberal Segismundo Moret, a la sazón presidente del Consejo de Ministros, llegó a proponer a Santiago Ramón y Cajal el cargo de ministro de Instrucción Pública, ofrecimiento que rechazó, pero que aprovechó para exponer un plan de actuación, que encontró una primera traducción en la creación en 1906 del Servicio de información técnica y de relaciones con el extranjero, anticipo inmediato de lo que sería la Junta para Ampliación de Estudios.

El ministro de Instrucción Pública, Vicente Santamaría de Paredes, decidió poner en marcha el Servicio de Información Técnica y de Relaciones con el Extranjero en enero de 1906, al que se incorporó José Castillejo, catedrático en Sevilla. Moret, no obstante, quería ir más allá y dar a las reformas en Instrucción Pública un contenido profundo, para lo que solicitó a Giner un plan de actuación. Giner trató de aprovechar la oportunidad que ofrecía el gobierno liberal para poner en marcha una institución que impulsase la investigación y desde la que se pudiese abordar, con ciertas garantías de éxito, la necesaria reforma de la Universidad. Fue finalmente un gabinete puente, el del marqués de la Vega de Armijo, el encargado de aprobar los presupuestos de 1907 y el que dio carta de naturaleza a la Junta para Ampliación de Estudios.

La llamada generación del 14, con Ortega y Gasset a la cabeza, sintetizó esta percepción en su convicción de que la solución al atraso español estaba en Europa, entendida ésta como la apertura a las nuevas corrientes de pensamiento y científicas que recorrían el Viejo Continente, base sobre la que debería asentarse un amplio programa reformista que modernizara las estructuras sociales, económicas, políticas y culturales del país.

La Junta para Ampliación de Estudios y la edad de plata de la ciencia en España

La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas –JAE- constituyó el esfuerzo más importante y el mayor logro del recién creado Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes con vistas a modernizar la educación y la investigación científica en España. Santiago Ramón y Cajal insistió, años después, en el diagnóstico de institucionistas y regeneracionistas, “si, a la vez que establecemos íntima comunicación espiritual con el extranjero, no acertamos a mantener en los iniciados el fuego sagrado de la investigación, organizando, para retenerlos y estimularlos, laboratorios y seminarios, talleres y demás centros de laboreo intelectual y profesional; si, en fin, por respeto a rancios prejuicios o a funestos formalismos no procedemos a incorporar rápidamente a la enseñanza el nuevo plantel docente, renovando y fecundando con él la vieja Universidad […] España no saldrá de su abatimiento mental mientras no reemplace las viejas cabezas de sus profesores (Universidades, Institutos, Escuelas especiales), orientadas hacia el pasado, por otras nuevas orientadas hacia el porvenir […] Europeizando rápidamente al catedrático, europeizaremos al discípulo y a la nación entera […] Tal es el plan salvador. No ha habido que inventar la panacea”.

La JAE tuvo que lidiar con la animadversión del conservadurismo español, desde el gobierno y la Universidad, por considerarla el instrumento para poner en práctica el ideario de la Institución Libre de Enseñanza. A los pocos días de su creación, el 25 de enero de 1907, los liberales fueron sustituidos en el gobierno por los conservadores, bajo la presidencia de Antonio Maura, con Faustino Rodríguez San Pedro al frente del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, cambio de gobierno que estuvo a punto de dar al traste con la iniciativa recién aprobada. José Castillejo, secretario de la JAE, describió a Rodríguez San Pedro como un burócrata reglamentista que “unía a su credo marcialmente conservador una notable falta de imaginación y no poca hostilidad hacia el pensamiento”.

La labor obstruccionista de Rodríguez San Pedro se tornó en abierta oposición en sus intervenciones en el Parlamento, frente a los diputados del partido liberal. Amalio Gimeno le reprochó: “que hasta le parece muy mal gastar dinero para ampliación de estudios en el extranjero”. Los enfrentamientos más duros tuvieron lugar con los diputados Juan Ventosa, Gumersindo de Azcárate y Eduardo Vincentí, vocal de la JAE, quien acusó al ministro de querer “disolver la Junta”.

En su respuesta Rodríguez San Pedro defendió su concepción tradicionalista: “No; esto nos traería un problema muchísimo más hondo, á saber: si convendría que España hiciese un esfuerzo supremo para que sus hijos se educasen en el extranjero, ó si, por el contrario, puede ser más conveniente, aunque vayamos con más lentitud, por fines de una grandísima elevación y de mayor transcendencia todavía, que nos eduquemos en España […] vinculándonos en las glorias que señala nuestra tradición, y teniendo aspiraciones que sean puramente españolas, y si por un cosmopolitismo exagerado no pueden debilitarse y quebrantarse los fundamentos morales en que toda la Nación debe descansar”.

La respuesta sintetizaba la prevención, cuando no abierta oposición, de los sectores tradicionalistas del conservadurismo español respecto a la ciencia moderna y al contacto con el exterior, temerosos, con razón, que la apertura a Europa acabara con el dominio que habían disfrutado en las estructuras políticas, sociales y culturales en la España del siglo XIX.

La caída del gobierno Maura, a raíz de los sucesos de la Semana trágica de Barcelona, con la consiguiente salida de Rodríguez San Pedro del Ministerio, permitió superar la paralización de las actividades de la JAE. La formación de un nuevo Gobierno del partido liberal, encabezado por Segismundo Moret, con Antonio Barroso al frente del Ministerio de Instrucción Pública, impidió que la JAE se convirtiese en un proyecto fallido. A pesar de las dificultades de orden político y presupuestario con las que se enfrentó durante los primeros años de su vida, la JAE se constituyó en el motor esencial del despertar de la ciencia en España durante el primer tercio del siglo XX.

Dos fueron los ámbitos en los que la acción de la JAE resultó fundamental. El primero de ellos, el impulso y gestión de las estancias en el extranjero de los profesores y jóvenes científicos españoles, con el fin de completar su formación académica y científica, a través de una política de pensiones -el equivalente a las becas actuales- que permitieron la toma de contacto con las líneas de investigación puntera de la ciencia internacional y, a la vez, establecer contacto con las instituciones científicas extranjeras. Hasta tal punto fue importante la política de pensiones que la JAE llegó a ser conocida como Junta de Pensiones. A lo largo de su vida, la JAE recibió más de 9.000 solicitudes de pensiones, de las que se concedieron alrededor de 2.000.

El otro gran cometido de la Junta fue la creación de instituciones científicas, que permitieran dar continuidad a la formación adquirida en el extranjero por los pensionados y rentabilizar la misma, mediante la fundación de Institutos de Investigación que hicieran realidad el despegue de la ciencia en España, uno de los principales fines para los que fue concebida. Dos fueron las grandes instituciones creadas por la JAE: el Centro de Estudios Históricos y el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales.

Al Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales quedaron incorporadas algunas de las instituciones científicas más relevantes de la frágil estructura científica de la época, como el Museo Nacional de Ciencias Naturales, el Museo de Antropología, el Jardín Botánico de Madrid, la Estación Biológica de Santander y el Laboratorio de Investigaciones Biológicas dirigido por Ramón y Cajal, posteriormente convertido en Instituto Cajal. A lo largo de sus años de actividad la JAE creó, dependientes del Instituto Nacional de Ciencias, el Laboratorio de Investigaciones Físicas, la Estación Alpina de Biología de Guadarrama, la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, el Laboratorio y Seminario Matemático, la Misión Biológica de Galicia y los laboratorios de Química, Fisiología, Anatomía Microscópica, Histología, Bacteriología y Serología de la Residencia de Estudiantes. Asimismo, la JAE impulsó la Asociación de Laboratorios, la colaboración con el Laboratorio de Automática dirigido por Leonardo Torres Quevedo fue intensa.

En el campo de las ciencias biomédicas, la figura de Santiago Ramón y Cajal fue el aglutinante de toda una generación de científicos alrededor del Laboratorio de Investigaciones Biológicas, por él dirigido, y los laboratorios creados por la JAE en la Residencia de Estudiantes, que consolidaron la base científica precedente y abrieron el camino de toda una serie de programas de investigación entre los que descollaron la neurología, la histología y la fisiología, con especial atención al estudio del sistema nervioso. Cajal era uno de los grandes científicos internacionales del primer tercio del siglo XX, y su prestigio hizo que la revista Trabajos del Laboratorio de Investigaciones Biológicas -Travaux du Laboratoire de Recherches Biologiques- fuese referencia obligada en la ciencia internacional. La figura de Cajal atrajo a numerosos científicos extranjeros a trabajar en el Laboratorio o a colaborar en el mismo a través de cursos y conferencias. Ramón y Cajal estuvo acompañado de científicos de primera fila como Nicolás Achúcarro, histólogo y neurólogo que, tras su regreso a España desde EE UU, organizó y dirigió el Laboratorio de Histopatología del Sistema Nervioso de 1912 a 1918, fecha de su prematura muerte. Por él pasaron entre otros Pío del Río Hortega, quien tras la muerte de Achúcarro fue nombrado su director hasta 1920, fecha en la que pasó a ser jefe del Laboratorio de Histología Normal y Patológica de la Residencia de Estudiantes, Felipe Jiménez de Asúa y Gonzalo Rodríguez Lafora, quien en 1916 ocupó la dirección del recién creado Laboratorio de Fisiología y Anatomía de los Centros Nerviosos. En 1916 se creó el Laboratorio de Fisiología, bajo la dirección de Juan Negrín, en el que iniciaron su actividad científica entre otros Severo Ochoa y Francisco Grande Covián.

No menos importante fue la acción del Museo Nacional de Ciencias Naturales, dirigido desde 1901 por Ignacio Bolívar Urrutia, catedrático de Zoología de Articulados de la Universidad Central. Bolívar fue la gran figura de la biología española del primer tercio del siglo XX, vocal de la Junta desde su fundación pasó a presidirla desde 1935, tras la muerte de Ramón y Cajal. Bajo su dirección el Museo de Ciencias Naturales abandonó su lánguida existencia decimonónica y, en estrecha colaboración con la JAE, relanzó los estudios biológicos en España. Entomólogo de prestigio internacional, participó junto con Augusto González Linares en la creación de la Estación de Biología Marítima de Santander en 1886, el Laboratorio de Biología de Palma de Mallorca en 1906, y la Estación alpina de Biología de Guadarrama en 1910. Fue asimismo director del Jardín Botánico entre 1921 y 1930, impulsando su renovación y modernización y favoreció la creación en 1914 del Instituto Español de Oceanografía, al que fueron adscritos los Laboratorios de Biología Marina, bajo la dirección de Odón de Buen. Durante su gestión se relanzaron las investigaciones y trabajos de Zoología, Geología y Botánica, e impulsó la reanudación de las publicaciones científicas del Museo, interrumpidas desde la desaparición en 1804 de los Anales de Historia Natural, con la publicación desde 1912 de los Trabajos del Museo Nacional de Ciencias Naturales, compuestos de tres series dedicadas a Zoología, Botánica y Geología, además de las series de zoología Genera Mammalium y Fauna Ibérica y la revista de entomología Eos.

En zoología destacaron además de Bolívar, Antonio Zulueta o José Fernández Nonídez, introductores de la genética en España. También destacaron Enrique Rioja Lo-Bianco, especialista en Anélidos, Luis Lozano Rey, en peces, Manuel Martínez de la Escalera, especialista en coleópteros, Ricardo García Mercet, entomólogo, Ángel Cabrera Latorre, especialista en mamíferos, o Cándido Bolívar Pieltain, hijo de Ignacio Bolívar, especialista en coleópteros y jefe de la Sección de Entomología del Museo.

En Física y Química la actividad de la JAE fue esencial para el desarrollo de ambas disciplinas en España, con la creación del Laboratorio de Investigaciones Físicas, dirigido por Blas Cabrera, transformado posteriormente en el Instituto Nacional de Física y Química. Fue otra de las grandes instituciones científicas de la ciencia española del primer tercio del siglo XX, junto con el Instituto Cajal, el Museo Nacional de Ciencias Naturales y el Centro de Estudios Históricos. La creación de la JAE fue decisiva para el despertar de la Física y la Química en España. Tras la Gran Guerra, los viajes de físicos y químicos españoles, como Enrique Moles, Miguel Catalán, Arturo Duperier y Julio Palacios permitieron estrechar los contactos con algunos de los centros más importantes de la Física mundial.

En 1932 se inauguraron el Instituto Cajal y el Instituto Nacional de Física y Química. Haciendo balance del camino recorrido, el presidente de la JAE, Santiago Ramón y Cajal, echaba la mirada atrás y podía escribir: “que los jóvenes intelectuales de hoy valen más, hechas las salvedades necesarias, que los intelectuales de hace cuarenta años. En general, poseen más cultura y están mejor preparados […] La nueva generación conoce varios idiomas, ha viajado por el extranjero, oído a los grandes maestros, frecuentado seminarios y laboratorios. Y ha regresado animada de un magnífico espíritu de renovación y de iniciativa […] [La JAE] ha facilitado la formación de una grey de ingenieros, abogados, humanistas, médicos, físicos, químicos, naturalistas y hasta filósofos, impregnados de los secretos de la técnica y de los métodos inquisitivos ultrapirenaicos y ultramarinos. Bastantes de estos argonautas de la ciencia ocupan hoy, con aplauso de todos, puestos importantes en el profesorado universitario, así como en seminarios y laboratorios”.

De los 125 catedráticos de la Universidad Central en activo en 1935 el 75,2 por ciento -94- habían tenido alguna vinculación con la JAE, bien por haber disfrutado de alguna pensión en el extranjero o por formar parte de los institutos y laboratorios impulsados por la JAE. La importancia de la vinculación con la JAE se hace más relevante si tenemos en consideración las áreas de conocimiento donde la acción de la JAE fue más determinante: en la Facultad de Ciencias de los 31 catedráticos en activo 29 habían tenido alguna vinculación con la Junta, el 93,55 por ciento; en la Facultad de Derecho de los 20 catedráticos, 17 habían tenido alguna relación con la JAE, el 85 por ciento; en la Facultad de Filosofía y Letras de los 35 catedráticos, 24 habían estado relacionados con la JAE, el 68,71 por ciento; en la Facultad de Medicina de los 28 catedráticos, 18 habían estado vinculados con la Junta, el 64,29 por ciento; en la Facultad de Farmacia de los 11 catedráticos, 6 habían estado relacionados con la Junta, el 54,55 por ciento. Ramón y Cajal no se equivocaba en sus apreciaciones sobre el papel de la Junta para Ampliación de Estudios en la renovación de la Universidad española y, en particular, de la Universidad Central, las cifras se incrementarían si tuviéramos en consideración la vinculación con la JAE de los profesores auxiliares, encargados de clases, muchos de ellos discípulos de los catedráticos vinculados a la Junta, que estaban llamados a ocupar las cátedras de nueva creación o las vacantes por jubilación de sus maestros.

Aquellos jóvenes universitarios pensionados por la JAE se habían convertido en los años veinte y treinta en los científicos más destacados de la ciencia española del primer tercio del siglo XX, incorporados a las cátedras universitarias, muchos de ellos en la Universidad Central de Madrid, mantuvieron su vinculación con los Centros, Institutos y laboratorios impulsados por la JAE. A través de ellos, ambas instituciones quedaron estrechamente entrelazadas, favoreciendo el proceso de renovación de la enseñanza y la investigación universitaria.

Juan Negrín López

Juan Negrín López (1892-1956) estudió Medicina en las universidades de Kiel y Leipzig. En esta segunda ciudad entró en contacto con el Instituto de Fisiología de Theodor von Brücke, uno de los fisiólogos europeos más reputados; se doctoró y fue ayudante del Instituto hasta que con el estallido de la Primera Guerra Mundial regresó a España. Durante su estancia en Alemania conoció al grupo de fisiólogos catalanes liderados por Augusto Pi i Sunyer. A su regreso solicitó una pension a la JAE para trabajar en Estados Unidos en el laboratorio de fisiología del Rockefeller Institute for Medical Research y en la Cornell University. Sin embargo, una oferta de Ramón y Cajal para dirigir el nuevo Laboratorio de Fisiología General de la Residencia de Estudiantes en 1916 hizo que optara por instalarse en Madrid, donde realizó una segunda tesis doctoral, que presentó en 1920. En 1921 ganó la cátedra de Fisiología de la Universidad Central y puso en marcha la escuela de fisiología en Madrid.

El laboratorio de Fisiología de la JAE

La fisiología experimental en España a finales del siglo XIX se había desarrollado en Madrid y Barcelona. En la ciudad condal lo hizo de la mano de Ramón Coll i Pujol, Ramón Turró i Darder y Augusto Pi i Sunyer, quienes fundaron la escuela fisiológica catalana, dentro del Institut d’Estudis Catalans. En Madrid José Gómez Ocaña fue el máximo exponente de la aplicación del método experimental a la Fisiología; contemporáneo de Cajal, dedicó parte de su trayectoria científica al estudio fisiológico del sistema nervioso. Con Gómez Ocaña se formó un grupo de discípulos que la JAE integró en el Laboratorio de Fisiología General de la Residencia de Estudiantes, bajo la dirección de Juan Negrín. Cajal, consciente de la importancia de la fisiología para el desarrollo de las disciplinas biomédicas, impulsó la creación del laboratorio. La elección de Negrín fue debida a su formación en el Instituto de Fisiología en Leipzig, líder en la fisiología internacional de la época, y a su relación con la escuela fisiológica de Barcelona, a través de su contacto con Turró y Pi i Sunyer. Los primeros trabajos fisiológicos de Negrín, en Alemania, se centraron en la actividad de las glándulas suprarrenales, su relación con el sistema nervioso central y el mecanismo fisiológico que determinaba la glucosuria.

Una vez en Madrid en julio de 1916, Juan Negrín se dedicó a organizar el nuevo Laboratorio de Fisiología General y a impartir cursos sobre fisiología experimental. Hasta la finalización de la Primera Guerra Mundial el laboratorio se centró fundamentalmente en impartir cursos prácticos para alumnos de las facultades de Medicina y Ciencias de la Universidad de Madrid. Unos meses antes había empezado a funcionar, también en la Residencia de Estudiantes, el Laboratorio de Fisiología y Anatomía de los Centros Nerviosos, bajo la dirección de Gonzalo Rodríguez Lafora, dedicado al estudio experimental de los problemas fisiológicos de localización en los centros cerebrales y los problemas anatómicos de las conexiones entre los centros y el sistema periférico, donde Cajal pensó que podrían encajar los trabajos de fisiología de Negrín, pero la orientación neuropsiquiátrica de Rodríguez Lafora no casaba bien con las investigaciones de fisiología general, por lo que la Junta terminó por crear el Laboratorio de Fisiología General de Negrín.

Las actividades de ambos laboratorios rebasaron la capacidad de las instalaciones de la Residencia de Estudiantes, por lo que el de Rodríguez Lafora se integró, bajo la denominación de Fisiología Cerebral, en el Laboratorio de Investigaciones Biológicas y, desde 1920, en el Instituto Cajal. La JAE contempló la posibilidad de transformar el de Negrín en un Instituto de Fisiología, a raíz de un informe redactado en noviembre de 1917 por el fisiólogo catalán Jesús María Bellido Golferichs: “la labor que en él se ha llevado a cabo es seria, intensa y digna de toda protección […]. Creo que la Junta puede darse por satisfecha, y debe ya plantearse […] llegar a fundar bajo su dirección un verdadero Instituto de Fisiología, comparable al que regenta, de Física y Química física, nuestro amigo Cabrera, aunque de momento es urgente el dotarle de un local algo mayor […] le recuerdo que en Fisiología los estudios experimentales de carácter original, requieren, aun los puramente monográficos, un instrumental tan caro y complicado como los de Física”. El Instituto de Fisiología no llegó a fundarse, pero el laboratorio de la Residencia de Estudiantes vio mejoradas sus instalaciones.

En la primera mitad de los años veinte, Negrín reunió en el laboratorio a José Domingo Hernández Guerra, José Sopeña Boncompte y José María de Corral García. Negrín y sus discípulos publicaron sus primeras investigaciones sobre la adrenalina, la glucemia, y los resultados causados por mecanismos de acción química en la regulación funcional de los vasos sanguíneos y el ritmo cardiaco. En esta primera etapa colaboraron con el Laboratorio José Miguel Sacristán Gutiérrez y Luis Calandre, el primero dirigió sus pasos hacia la psiquiatría en colaboración con Rodríguez Lafora, mientras el segundo fue nombrado director del Laboratorio de Anatomía Microscópica de la Residencia de Estudiantes y se especializó en cardiología.

En 1921 Negrín obtuvo la cátedra de Fisiología de la Universidad de Madrid y pudo reclutar a nuevos discípulos, que se convirtieron en los nombres más sobresalientes de la investigación fisiológica. La llegada de Severo Ochoa, José García Valdecasas Santamaría y Blas Cabrera Sánchez amplió las líneas de investigación del Laboratorio de Fisiología General, particularmente en el campo de la fisiología bioquímica mediante el estudio de los mecanismos funcionales de la secreción de sustancias y la fisiología muscular. Los tejidos musculares sirvieron a Ochoa y García Valdecasas para sus estudios sobre la creatinina y la creatina. Cabrera se dedicó a la fisiología del sistema nervioso, en relación con los trabajos de la escuela de Cajal. La regulación del tono vascular o las variaciones del trabajo cardiaco provocadas por la acción de fármacos fueron una de las líneas de investigación prioritarias del Laboratorio en estos primeros años. A la vez, Negrín se ocupó de las dificultades práctico-instrumentales a las que debía hacer frente el laboratorio, por lo que dedicó algún trabajo al estalagmógrafo y al miógrafo.

Negrín fue un firme defensor de la internacionalización de la investigación, en plena coincidencia con el espíritu y objetivos de la JAE, por lo que organizó entre 1922 y 1924 toda una serie de cursos y conferencias por parte de algunos de los más reputados fisiólogos de la época, como A. Bickel, de la Universidad de Berlín, L. Asher, de la Universidad de Berna, y B. Houssay, de la Universidad de Buenos Aires; asimismo, impulsó la salida al extranjero de sus discípulos del laboratorio de Fisiología, a través del sistema de pensiones de la JAE, con estancias en los principales centros y laboratorios de investigación internacionales, completando una formación de excelencia cuyos sólidos cimientos estuvieron en la base de sus prometedoras carreras científicas.

Desde los inicios de la actividad del Laboratorio, la relación con la escuela catalana de Fisiología fue intensa, liderada por Augusto Pi i Sunyer, director del Institut de Fisiología del Institut d´Estudis Catalans, Jesús María Bellido Golferich, Rosendo Carrasco Formiguera, Jaime y Santiago Pi i Sunyer, César Pi i Sunyer, Alberto y Jordi Folch i Pi mantuvieron estrechas relaciones con el laboratorio de Negrín.

Hernández Guerra y Ochoa publicaron en 1927 un manual titulado Elementos de bioquímica. El creciente interés por la bioquímica en el laboratorio de Negrín no disminuyó la atención sobre los estudios fisiológicos sobre azúcar en la sangre o las relaciones entre las funciones fisiológicas cardiovasculares y las de origen gástrico. La incorporación de Ramón Pérez-Cirera y Francisco Grande Covián al Laboratorio, a finales de los años veinte, acentuó su orientación bioquímica al iniciar nuevas líneas de investigación sobre síntesis de aminoácidos y vitaminas, acción de los iones de calcio y potasio sobre la fibra muscular o la determinación de la velocidad de sedimentación de la sangre. Pérez-Cirera centró su atención en la electrofisiología y la fisiología muscular, mientras que Grande Covián trabajó con Ochoa en el metabolismo hidrocarbonado del corazón y Negrín daba una orientación bioquímica a sus estudios sobre metabolismo y sobre los bioelementos. Con ello Negrín demostraba su visión como director del Laboratorio al apostar por una disciplina que en esos momentos estaba comenzando a configurarse: la bioquímica, que comenzaba a configurarse como una de las más prometedoras y avanzadas de las ciencias biomédicas, y en la que sus discípulos alcanzarían proyección y renombre internacional.

La investigación de Negrín se vio condicionada por sus crecientes responsabilidades académicas y políticas. En 1923 fue nombrado secretario de la Facultad de Medicina de Madrid. En la Universidad Central impulsó la creación del Instituto de Comprobación de los Medicamentos, que dirigió José Domingo Hernández Guerra hasta su muerte en 1932, y la Escuela de Educación Física y Medicina del Deporte, de la que se hizo cargo Blas Cabrera Sánchez. En 1927 fue designado secretario ejecutivo de la Junta Constructora de la Ciudad UniversitariaEn 1929 ingresó en el Partido Socialista Obrero Español y en 1931, con la primera legislatura republicana, ganó el acta de diputado por Las Palmas, acta que mantuvo hasta 1934. A pesar de sus crecientes responsabilidades en el campo de la gestión universitaria y, tras la proclamación de la II República, en el ámbito político con su presencia en el Parlamento, su liderazgo científico, como director del Laboratorio de Fisiología, no se resintió. Impulsó y respaldó las carreras científicas de sus discípulos y amplió el radio de acción del Laboratorio, que adquirió una nueva dimensión tras la inauguración en 1935 del Instituto de Fisiología en la Facultad de Medicina de la Ciudad Universitaria de Madrid. Dotado de las más modernas instalaciones y de una espléndida biblioteca garantizaba la consolidación y expansión de las líneas de investigación desarrolladas en el laboratorio de la Residencia de Estudiantes.

En los años treinta eran colaboradores del Laboratorio Severo Ochoa de Albornoz, Blas Cabrera Sánchez, Rafael Méndez Martínez y Francisco Grande Covián: “jóvenes médicos que llevan trabajando varios años con asiduidad y provecho en el Laboratorio. Todos han estado en el extranjero ampliando sus estudios. Ninguno ejerce la profesión médica y dedican exclusivamente sus actividades a la investigación y a la enseñanza”. En el Laboratorio trabajaron también José García-Blanco Oyarzábal, José Ruiz Gijón, José Manuel Rodríguez Delgado y José Puche Álvarez. José Domingo Hernández Guerra, fallecido prematuramente en 1932 con 25 años, obtuvo la cátedra de Fisiología de la Universidad de Salamanca en 1926 y en 1929 fue nombrado director de Farmacología Fisiológica del Instituto Farmacobiología de la JAE.

Negrín propuso a la JAE, en octubre de 1934, trasladar el Laboratorio de Fisiología General al nuevo edificio de la Facultad de Medicina, en la Ciudad Universitaria. José Castillejo, secretario de la JAE, llevó ante la JAE la propuesta siguiente: “para que dicha Facultad decida si desea o no que la Junta tenga en la Ciudad Universitaria un local donde con plena independencia y responsabilidad pueda instalar el Laboratorio de Fisiología que el doctor Negrín desea. La resolución de la Facultad de Medicina y el presupuesto para el sostenimiento del nuevo Laboratorio serán base para un convenio entre la Facultad de Medicina y la Junta”, con el fin de garantizar la autonomía del Laboratorio en la Ciudad Universitaria. La Junta dirigió la solicitud al decano de la Facultad de Medicina de Madrid en noviembre de 1934. Tras firmarse el acuerdo, el Laboratorio de Negrín empezó a trabajar en su nueva instalación a comienzos de 1935; en agosto, junto al director, figuraban como ayudantes José María de Corral García, José García Valdecasas, Ramón Pérez Cirera, Blas Cabrera Sánchez, Severo Ochoa de Albornoz y Francisco Grande Covián.

Rafael Méndez rememoró, años después, desde su exilio en México, la labor de Negrín al frente del Laboratorio de Fisiología: “La escuela que comenzó a crear don Juan Negrín, con el apoyo primero de Cajal y después de don Teófilo Hernando, pudo constituir el inicio de una tradición científica biomédica en España […]. Cuando ingresé en ese grupo en 1924 trabajaban en él Hernández Guerra, José María del Corral, Sopeña y García Blanco, que fueron después catedráticos de fisiología. Posteriormente pasó una temporada con nosotros José Puche, que fue catedrático de fisiología en Valencia, rector de la Universidad y hombre de confianza de Negrín durante la guerra. Todos ellos desarrollaban temas de investigación señalados y dirigidos por don Juan y preparaban sus oposiciones a cátedra. Llegaron poco después el futuro premio Nobel Severo Ochoa; Ramón Pérez Cirera, que fue catedrático de farmacología en España y en México; José García Valdecasas, catedrático de fisiología, y Francisco Grande, que fue profesor de fisiología en la Universidad de Minnesota y en la actualidad dirige un centro de investigación en Zaragoza. Nos siguió José Manuel Rodríguez Delgado, prominente investigador en fisiología cerebral en la Universidad de Yale en el exilio y, ahora, director de investigación en el Centro Ramón y Cajal de Madrid. Dos o tres años antes de nuestra guerra, completaban el grupo Germán García, destacado radioterapeuta, miembro de la academia nacional de Medicina en México; Pedro Barreda, de la Fundación Jiménez Díaz, y Blas Cabrera […]. Valdecasas y Blas Cabrera escogieron en México el camino de la industria farmacéutica. Cada uno de nosotros tenía a su lado algún estudiante que iniciaba su carrera de investigador.” La guerra civil y su desenlace terminaron con la actividad del Laboratorio de Fisiología General de la JAE, al ser desmantelada la escuela de Negrín por la dictadura franquista. 

La guerra civil y el fin de la edad de plata de la ciencia

Tras el fracaso del golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y el estallido de la guerra civil la actividad de la Universidad y la JAE quedó paralizada. Al coincidir con el periodo de vacaciones estivales, muchos de los científicos y profesores se encontraban fuera de sus lugares de residencia. La JAE estaba compuesta por vocales de muy variada adscripción ideológica, desde hombres de clara significación republicana e izquierdista hasta profesores de indudable sesgo conservador, composición que despertó la desconfianza de los sectores izquierdistas en las semanas posteriores al golpe de Estado del 18 de julio, en un Madrid dominado por las milicias tras el desmoronamiento del Estado republicano. José Castillejo fue sacado de su domicilio para que entregara las llaves y documentos de la Secretaría de la JAE. La intervención del ministro Francisco Barnés, de Ramón Menéndez Pidal y Paulino Suárez evitó que Castillejo pagara con su vida las que se creían veleidades contemporizadoras de la Junta con sectores del conservadurismo español. Tras el incidente, Castillejo y su familia partieron al exilio en Londres. La Junta evitó la incautación porque el Ministerio de Instrucción Pública había cesado en sus cargos a doce de los veintiún vocales, al no considerarles leales al Gobierno.

La continuidad de la actividad científica y del espíritu con el que nació la JAE fue imposible tras la finalización de la guerra civil. El carácter ultramontano y reaccionario que alimentaba el llamado bando nacional veía a la Junta, al ideario que la inspiró y vio nacer, y a sus hombres como enemigos y causantes del mal que se pretendía extirpar a sangre y fuego. Fueron innumerables las voces que retomaron con renovada virulencia las críticas que, desde los sectores más conservadores, se habían pronunciado desde su nacimiento.

La circular de 7 de diciembre de 1936, firmada por José María Pemán, presidente de la Comisión de Cultura y Enseñanza en la zona sublevada, era clara respecto a la finalidad y objetivos que debían guiar la acción de las comisiones depuradoras en el campo de la educación: “El carácter de la depuración que hoy se persigue no es sólo punitivo, sino también preventivo […] no se volverá a tolerar, ni menos a proteger y subvencionar a los envenenadores del alma popular […] Los individuos que integran esas hordas revolucionarias, cuyos desmanes tanto espanto causan, son sencillamente los hijos espirituales de catedráticos y profesores que, a través de instituciones como la llamada “Libre de Enseñanza”, forjaron generaciones incrédulas y anárquicas. Si se quiere hacer fructífera la sangre de nuestros mártires es preciso combatir resueltamente el sistema seguido desde hace más de un siglo de honrar y enaltecer a los inspiradores del mal”.

En 1938, José Pemartín, a la sazón Director General de Enseñanzas Superior y Media del Ministerio de Educación Nacional con Sáinz Rodríguez e Ibáñez Martín, escribió: “Es imperativo dentro de nuestros principios el recatolizar a las Universidades de España […] la “laicización” o “descatolización” (que es lo mismo) de las Universidades españolas ha sido una de las más completas y nefastas obras de la República –a la vez efecto y causa de la Revolución que nos destroza-”, Pemartín señalaba la finalidad de la política universitaria del bando franquista: “nosotros lo que pretendemos es dar un sello católico general a la Universidad española en su totalidad”, para lo cual era preciso que de “la Institución Libre de Enseñanza, anti-Católica, anti-española, no ha de quedar piedra sobre piedra. Se ha de transformar en Centro de Españolismo. La Alta Enseñanza madrileña habrá de ser, inexorablemente, de aquí en adelante, Patriótica, Católica y Leal. O no ser”.

La separación definitiva de la Universidad de catedráticos, auxiliares numerarios y profesores temporales -auxiliares, ayudantes y encargados de curso- destruyó buena parte del tejido científico que a lo largo del primer tercio del siglo XX había permitido el despegue de la ciencia en España y la renovación de la universidad española. Se desmantelaron escuelas científicas con la expulsión de numerosos catedráticos en plena madurez de su obra científica e intelectual. A ellos les siguieron sus discípulos y ayudantes, jóvenes prometedores, que auguraban la continuación y consolidación de las líneas científicas de sus maestros. Se actuó sin piedad y con saña, sin importar el coste para la estructura científica del país. Escuelas científicas como la de Histología, fundada por Ramón y Cajal, continuada por Jorge Francisco Tello, Fernando de Castro Rodríguez y Pío del Río Hortera; la de Fisiología, liderada por Juan Negrín; la Psiquiatría y Neurología, impulsadas por Gonzalo Rodríguez Lafora fueron arrasadas. En Ciencias Naturales, la ingente labor desarrollada por Ignacio Bolívar Urrutia desapareció, o quedó tan seriamente dañada que no logró recuperarse del daño ocasionado. Otro tanto sucedió con el Instituto Nacional de Física y Química, dirigido por Blas Cabrera y Enrique Moles. La Historia, la Filosofía, el Derecho y la Filología sufrieron daños similares.

De los 128 catedráticos en activo de la Universidad de Madrid en junio de 1936, el 44,35 por ciento fueron depurados, 55 sobre 124, pues cuatro habían fallecido. Por facultades, la más afectada fue la de Medicina, con el 60,71 por ciento, 17 sobre 28, le siguió la Facultad de Ciencias con el 50 por ciento, 16 catedráticos, Derecho con el 42,11 por ciento, Farmacia 40 por ciento, y Filosofía y Letras con el 28,57 por ciento. En el caso de los profesores auxiliares y ayudantes los cálculos resultan más complicados, pues al no ser funcionarios, no existe como en el caso de los catedráticos un escalafón a partir del cual conocer exactamente el número de profesores auxiliares y ayudantes, de los 492 expedientes personales localizados, entre los que se encuentran los profesores y médicos internos vinculados al hospital de San Carlos que dependía de la Facultad de Medicina, el 44,31 por ciento sufrieron algún tipo de sanción, la correspondencia con las cifras totales de catedráticos depurados hace pensar que la muestra es suficientemente representativa. Las cifras son elocuentes sobre las dimensiones de la depuración en la Universidad de Madrid, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de ellos no regreso a la Universidad.

Depuración de los catedráticos en activo en junio de 1936 de la Universidad de Madrid por Facultades

Depuración

Sancionados

%

Sin sanción

%

Total

Medicina

17

60,71

11

39,29

28

Ciencias

16

50

16

50

32

Derecho

8

42,11

11

57,89

19

Farmacia

4

40

6

60

10

Filosofía y Letras

10

28,57

25

71,43

35

Total

55

44,35

69

55,65

124

Fuente: AGA, Educación y Justicia

No le fue a la zaga la Universidad Autónoma de Barcelona, todos los profesores contratados por su Patronato fueron cesados y el resto tuvo que someterse al proceso depurador, 135 profesores fueron separados de la universidad más del 50 por ciento de la plantilla, como ha estudiado Jaume Claret. Veintisiete catedráticos fueron sancionados, 25 con la separación definitiva. En total de los 600 catedráticos que había en 1939 fueron objeto de sanción 193, el 32,17 por ciento, de los cuales 140 fueron expulsados de la universidad española, el 50 por ciento de los catedráticos represaliados.

A la separación definitiva de las cátedras y los puestos docentes de los profesores numerarios, se le unió la inhabilitación para el ejercicio de la docencia y el disfrute de becas para los profesores temporales, cuyas prometedoras carreras científicas estaban en sus comienzos y quedaron brusca y, en muchos casos, definitivamente interrumpidas. En la abrumadora mayoría de los casos tales sanciones, aparentemente menores, imposibilitaron reanudar posteriormente sus carreras científicas y docentes. Las sanciones de orden menor, como el traslado a universidades de menor rango, la relegación en el escalafón o la prohibición de desempeñar cargos directivos y de confianza minaron las carreras de aquellos que tuvieron la fortuna de mantener sus puestos docentes, a costa de quedar señalados de por vida. Muchos catedráticos tuvieron que asistir impotentes a la expulsión de sus discípulos y al desmantelamiento de sus escuelas científicas, engrosando las filas del largo exilio interior al que fueron condenados numerosos profesores de la Universidad española.

En el caso de los profesores temporales muchos ni siquiera fueron formalmente expulsados, no se les renovó el contrato o fueron disuadidos, por el celo inquisidor de los tribunales de depuración, de solicitar su readmisión. Su rastro se perdió en el silencio de la noche oscura de la dictadura, ninguno de ellos regresó a la Universidad. Casos como el de Juan Gil Collado, auxiliar temporal de Biología de la Facultad de Ciencias no fueron escasos, en los que el jefe del Servicio Nacional de Enseñanza Media y Superior dictaminó que “Este Ministerio dispone que no ha lugar a la formación de expediente personal ni a la rehabilitación que se solicita a favor del recurrente”, en otros muchos ni siquiera hizo falta tal trámite, fueron excluidos de la Universidad sin mayores explicaciones.

Depuración de los Profesores Auxiliares y Ayudantes de la Universidad de Madrid

Depuración

Número

Porcentaje

Sanción 3 años

3

0,61

Sanción 4 años

4

0,81

Fusilado

6

1,22

Sanción cargos

5

1,02

Sanción 6 años

9

1,83

Sin datos

37

7,52

Separado

191

38,82

Rehabilitado

237

48,17

Total

492

100,00

Fuente: AGA, Educación y Justicia. AUCM

El exilio científico

La instauración de la dictadura de Franco conllevó la partida hacia el exilio de una parte sustancial de la intelectualidad y de los científicos españoles. Tras la batalla del Ebro y la caída de Cataluña la derrota de la República era cuestión de tiempo, Juan Negrín, presidente del Gobierno, consciente de ello creó el Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles -SERE-, con sede en París bajo la presidencia de Pablo de Azcárate, cuya filial en México estuvo presidida por José Puche, que había sido rector de la Universidad de Valencia, con el nombre de Comité Técnico de Ayuda a los Refugiados Españoles –CTARE-, al que se añadió la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles –JARE-, bajo la dirección de Indalecio Prieto, organizaciones que desempeñaron un importante papel en la ayuda a los refugiados españoles. En el caso de los científicos y profesores de universidad fue esencial la constitución el 21 de diciembre de 1939 de la Unión de Profesores Españoles en el Extranjero –UPUEE-, a iniciativa de Gustavo Pittaluga, Gabriel Franco, José María Semprún y Alfredo Mendizábal.

El exilio representó la sangría de una parte sustancial del capital humano de la cultura española, incluido el componente científico. Una descapitalización que tardó decenios en ser solventada. Además, la depuración emprendida por los vencedores de la guerra civil golpeó con extrema dureza al sistema educativo y científico español. Las depuraciones de maestros, profesores de bachillerato, profesores universitarios y científicos excluyeron de la práctica profesional a miles de personas capacitadas. Expulsados de la universidad, iniciaron un doloroso exilio interior, en el que quedaron desbaratadas sus carreras científicas, se vieron condenados al ostracismo o a desempeñar una callada labor llena de sinsabores, algunos tardaron años en recuperar su puesto en la Universidad, en muchas ocasiones a las puertas de su jubilación, por lo que sus carreras científicas quedaron definitivamente truncadas.

Las consecuencias y los costes los pagaron, en primer lugar, los profesores y el personal de la Universidad que sufrió el proceso depurador, pero también la sociedad al quedar abruptamente interrumpida la edad de plata cuyas realizaciones habían colocado a nuestro país en la senda que conducía a la Europa moderna y desarrollada. Fue un golpe irreparable para las expectativas abiertas con la JAE de instaurar un sistema científico capaz de reintegrar a España al panorama de la ciencia internacional. Una auténtica sangría de la que la ciencia en España no se recuperó, cuyas consecuencias se proyectaron a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. 

La destrucción del Laboratorio de Fisiología General de Juan Negrín

La cátedra de Fisiología de la Universidad Central de Madrid y el Laboratorio de Fisiología General de la JAE fueron desmantelados por la acción del Tribunal Depurador. Negrín fue uno de los primeros catedráticos separados y dado de baja en el escalafón cuando todavía no había terminado la guerra civil y la Universidad de Madrid se encontraba en zona republicana, por la Orden de 18 de enero de 1938. Tras el fin de la guerra se exilió en Gran Bretaña, falleció en París en 1956.

Con Negrín fueron separados definitivamente de la Universidad y partieron al exilio:

Ramón Pérez-Cirera Jiménez-Herrera, profesor auxiliar de Fisiología en la cátedra de Negrín, en 1936 obtuvo la cátedra de Farmacología de Valladolid, pero no llegó a tomar posesión por el estallido de la guerra civil, el 18 de octubre de 1936 llegó a México, donde fue profesor de Farmacología en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México –UNAM-.

Blas Cabrera Sánchez, hijo del físico Blas Cabrera Felipe, profesor encargado de Fisiología de la Educación Física y Jefe de Sección de la cátedra de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid, fue secretario particular de Negrín durante la guerra civil, llegó a México al iniciarse la II Guerra Mundial tras pasar por París, trabajo en los laboratorios INFA y fundó los laboratorios Labys.

Paulino Suárez Suárez, ayudante en la cátedra de Negrín hasta 1934, cuando se hizo cargo del Laboratorio de Microbiología y Bacteriología y Serología de la Residencia de Estudiantes, fue subdirector de la misma, se exilió en Cuba y trabajó en el Instituto Bioquímica de La Habana, poco antes de su muerte regreso a su ciudad natal Chantada, Lugo.

Severo Ochoa Albornoz dirigió la sección de Fisiología del Instituto de Investigaciones Médicas con Carlos Jiménez Díaz, fue profesor adjunto de Fisiología con Negrín, tras la sublevación en 1936 regresó a Berlín para continuar sus investigaciones y ampliar su formación, posteriormente se trasladó a la Universidad de Oxford, Gran Bretaña. Al comenzar la II Guerra Mundial se embarcó para México, donde fue admitido con visado de asilado político en Veracruz el 2 de septiembre de 1940, desde allí se dirigió a Estados Unidos, donde realizó toda su carrera científica, adoptando la nacionalidad estadounidense. Fue profesor de Farmacología y luego de Bioquímica en la Universidad de Nueva York, donde recibió el Premio Nobel en 1959, sólo tras su jubilación y el restablecimiento de la democracia se traslado a España para residir sus últimos años de vida, fue un exilio más científico que político, pronto comprendió que en el ambiente de la España franquista su vocación científica estaba condenada por sus vinculaciones académicas con Negrín, lo sucedido con su cuñado Grande Covián no hizo sino confirmarle en su decisión de que su carrera y futuro investigador estaba lejos de la Universidad española.

Rafael Méndez Martínez, ayudante de Teófilo Hernando, fue catedrático desde 1934 de Farmacología en las universidades de Cádiz y Sevilla, para pasar a ser profesor auxiliar de la de Madrid y jefe de sección de Farmacología del Instituto de Farmacología y Control de Medicamentos, se exilió en Francia y al iniciarse la II Guerra Mundial se dirigió a Estados Unidos, donde fue profesor de la universidad de Harvard, en 1946 se trasladó a México como jefe del Departamento de Farmacología del Instituto de Cardiología de México, fue profesor de la UNAM.

José Puche Álvarez, obtuvo la cátedra de Fisilogía de la Universidad de Salamanca en 1929, y unos meses después en 1930 se trasladó a la Universidad de Valencia, en 1932 fue nombrado, junto con Severo Ochoa y Blas Cabrera Sánchez, jefe de Sección del Departamento Fisiológico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid, fue nombrado rector de la Universidad de Valencia durante la guerra civil (1936-1938), fue separado definitivamente del servicio el 29 de julio de 1939. Dirigió el Comité Técnico de Ayuda a los Refugiados Españoles (CTARE) en México, donde presidio en 1941 el Ateneo español, desde 1943 fue profesor de Fisiología en el IPN y desde 1946 de la UNAM.

José García Valdecasas Santamaría, obtuvo la cátedra de Fisiología de la Universidad de Salamanca en 1935, que permutó por la de Granada, que ostentaba José García-Blanco Oyarzabal, se exilió en México donde tuvo un destacado papel en la industria farmacéutica.

Germán García García, doctor en Medicina en 1933 y licenciado en Ciencias, en la especialidad de Física, fue alumno interno de Fisiología en el laboratorio de Negrín en 1928, tras sus estancias en el extranjero becado por la JAE a su regreso a Madrid fue contratado como radiólogo del Instituto del Cáncer dirigido por Pío del Río Hortega, al inicio de la guerra trabajaba en el Instituto del Radium de París, donde fue comisionado para la adquisición de material sanitario para la República, se exilió en México el 10 de enero 1940, donde creó la cátedra de Oncología en el Instituto Politécnico Nacional –IPN-.

Manuel Castañeda Agulló, alumno del Laboratorio de Fisiología, en 1931 se incorporó al Jardín Botánico de Madrid dirigido por Antonio García Varela, se exilió en México donde creó el Laboratorio de Fisiología General y Bioquímica Vegetal del IPN.

Diego Díaz Sánchez, en 1931 fue alumno del Laboratorio de Fisiología, doctor en Medicina en 1935, al finalizar la Guerra civil se exilió en Toulouse, Francia, donde ejerció la medicina privada y colaboró con el laboratorio de Fisiología de la Universidad de Toulouse, dirigido por Louis Camille Soulá.

Elías Delgado Calvo, técnico del Laboratorio de Fisiología, se exilió en México donde llegó el 30 de mayo de 1940.

Permanecieron en España tras el fin de la guerra civil y engrosaron la lista del exilio interior: 

Pedro de la Barreda Espinosa, discípulo de Negrín trabajó en el Laboratorio de Bioquímica de la Residencia de Estudiantes, fue pensionado dos años por la JAE en Alemania, tras la guerra estuvo preso largo tiempo en Soria, trabajó en la clínica Jiménez Díaz de Madrid, no pudo regresar a la Universidad pese a sus reiterados intentos.

Francisco Grande Covián, auxiliar de Fisiología con Negrín y secretario de la Facultad de Medicina durante la guerra civil, fue sancionado con la “inhabilitación para cargos directivos y de confianza, la incapacitación durante cuatro años para opositar a cátedra, para obtener becas, pensiones de estudio y para desempeñar cargos anejos a la enseñanza” el 21 de mayo de 1940, tras la guerra encontró trabajo en los laboratorios Ibys, dirigidos por Antonio Ruiz Falcó en el que encontraron refugio algunos de los profesores expulsados de la Universidad, en 1950 obtuvo la cátedra de Fisiología de la universidad de Zaragoza, a pesar de la firme oposición del presidente del tribunal, José María de Corral, merced al apoyo de José Sopeña Boncompte, catedrático de Sevilla y miembro del Laboratorio de Fisiología de la JAE antes de la Guerra, como el propio Corral y Grande Covián, al poco tiempo se fue a la universidad de Minnesota, Estados Unidos.

José Manuel Rodríguez Delgado, tras la Guerra Civil tuvo que revalidar su título de Medicina y repetir el doctorado, nombrado profesor de la cátedra de Fisiología de la Universidad de Madrid, tras varios intentos fallidos por obtener la cátedra, a pesar del apoyo de Corral, marchó a Estados Unidos con una beca a la Universidad de Yale, en 1950 fue nombrado profesor de Fisiología de dicha Universidad y en 1966 catedrático. No regresó a España hasta 1972, donde fue nombrado catedrático de Fisiología de la Universidad Autónoma de Madrid y director de investigación del Hospital Ramón y Cajal de Madrid.

José Miguel Sacristán Gutiérrez, contribuyó con Rodríguez Lafora al desarrollo de la Psiquiatría y la Psicología en España, fue uno de los fundadores de los Archivos de Neurobiología, se doctoró en 1934 para concursar a una plaza de Psiquiatría, a finales de 1938 pasó a Francia para regresar el 24 de mayo de 1939, tras pasar por prisión y ser desprovisto de todos sus cargos oficiales el 8 de marzo de 1944 el Tribunal de Responsabilidades Políticas sobreseyó su caso.

Luis Calandre Ibáñez, director del laboratorio de Anatomía Microscópica de la Residencia de Estudiantes, delegado de la JAE en Madrid en 1938, cardiólogo de prestigio introdujo en España los últimos adelantos en Cardiología, jefe del Departamento de Cardiología de la Cruz Roja de Madrid y vicepresidente de la misma. Tras el fin de la guerra civil fue encausado por dos tribunales militares, por el Tribunal de Responsabilidades Políticas y por el Colegio de Médicos de Madrid, condenado a 6 años de cárcel, obtuvo pronto la libertad condicional, el Tribunal de Responsabilidades Políticas le condenó a 5 años de inhabilitación profesional y le incapacitó para ostentar cargos directivos y de confianza, además de imponerle una multa, el Colegio de Médicos le sancionó el 19 de diciembre de 1940 con la privación del ejercicio profesional durante cinco años en las ciudades mayores de 50.000 habitantes, durante esos años ejerció clandestinamente su profesión, fue un claro representante del exilio interior.

Permanecieron en la Universidad tras el fin de la guerra civil:

José María de Corral, catedrático de Fisiología de la Universidad de Santiago desde 1923, donde solicitó la excedencia para permanecer en Madrid, ocupó la cátedra de Negrín y director del Instituto de Fisiología del CSIC, se convirtió en el factotum de la Fisiología en el primer franquismo -con su presencia en los tribunales de cátedra de los años cuarenta, algunos de los cuales presidió-.

José Sopeña Boncompte, obtuvo la cátedra de Fisiología de la Universidad de Santiago en 1926, se trasladó al año siguiente a Granada y en 1934 a la Universidad de Sevilla, donde permaneció tras la Guerra civil.

José García-Blanco Oyarzabal, catedrático de Fisiología de la Universidad de Granada en 1926, se trasladó a la de Santiago en 1927 por permuta con Sopeña, y de Sevilla en 1934 que intercambió por la de Granada con Sopeña en 1934, en 1941 ocupó la cátedra de Fisiología General de la Universidad de Valencia, que había desempeñado José Puche.

Francisco García-Valdecasas Sacristán, catedrático de Farmacología de la Universidad de Barcelona desde 1940, de la que llegó a ser rector entre 1965 y 1968.

José Ruiz Gijón, alumno de la cátedra de Fisiología de la Universidad de Madrid en 1928, al finalizar la Guerra civil fue nombrado profesor auxiliar de Fisiología en la Universidad de Madrid en 1940, en los años cuarenta se presentó sin éxito a varias cátedras de Fisiología.

Manuel Peraita Peraita, alumno del Laboratorio de Fisiología en 1928, se incorporó al Hospital Psiquiátrico de Ciempozuelos -Madrid- en 1931, tras la guerra civil fue nombrado Jefe de Servicio de Psiquiatría del Hospital General de Madrid en 1940 y en 1944 director medico del Hospital Psiquiátrico de Leganés, Madrid.

El carácter experimental de la Fisiología impulsado por los laboratorios de Fisiología de la JAE y del Institut d´Estudis Catalans, bajo la dirección de Negrín y Pi i Sunyer respectivamente, fue sustituido en la posguerra por una concepción neovitalista trasnochada, acorde con los postulados del nacionalcatolicismo marcadamente alérgicos a la ciencia moderna, como señaló Francisco Grande Covián en su memoria a las oposiciones a cátedra de 1950: “Abandonar el actual conocimiento fisiológico para entregarse a la pura especulación, equivale a cambiar la Fisiología por la Filosofía, y sospecho que quien haga esto, no pasará de ser un mal filósofo sin dejar, por ello de ser mal fisiólogo”.

Un amargo final

Las palabras del ministro de Educación Nacional, José Ibáñez Martín, pronunciadas en 1940 con motivo de la inauguración del curso universitario en Valladolid fueron la expresión más acabada del espíritu y la práctica de la política científica y universitaria del franquismo en los primeros lustros de su existencia: «Habíamos de desmontar todo el tinglado de una falsa cultura que deformó el espíritu nacional con la división y la discordia y desraizarlo de la vida espiritual del país, cortando sus tentáculos y anulando sus posibilidades de retoño. Sepultada la Institución Libre de Enseñanza y aniquilado su supremo reducto, la Junta para ampliación de Estudios, el Nuevo Estado acometió, bajo el impulso del Caudillo, la gran empresa de dotar a España de un sólido instrumento que […] fuera la base de una reestructuración tradicional de los valores universales de la cultura y, al propio tiempo, el medio más apto para crear una ciencia española al servicio de los intereses espirituales y materiales de la Nación […] era vital para nuestra cultura amputar con energía los miembros corrompidos, segar con golpes certeros e implacables de guadaña la maleza, limpiar y purificar los elementos nocivos. Si alguna depuración exigía minuciosidad y entereza para no doblegarse con generosos miramientos a consideraciones falsamente humanas era la del profesorado».

Laín Entralgo, falangista y alto cargo del sistema universitario de la dictadura franquista durante su primera etapa, miembro del Consejo de Educación Nacional desde 1939 y rector de la Universidad de Madrid entre 1951 y 1956, escribió años después en su Descargo de conciencia: «después del atroz desmoche que el exilio y la «depuración» habían creado en nuestros cuadros universitarios, científicos y literarios […] continuó implacable tal «depuración» y deliberada y sistemáticamente se prescindió de los mejores, si éstos parecían ser mínimamente sospechosos de liberalismo o republicanismo, o si por debajo de su nivel había candidatos a un tiempo derechistas y ambiciosos. Los ejemplos menudean y sangran […] Al frente del Instituto Cajal, nuestro más prestigioso centro científico, no se puso a Tello o a Fernando de Castro, ambos discípulos directos de don Santiago y disponibles ambos en Madrid, sino -entre otros- al enólogo Marcilla […] El gobierno y la orientación de los estudios físicos no fueron encomendados a Julio Palacios, católico y monárquico, dicho sea de inciso, y a Miguel Catalán, espectroscopista de renombre internacional, sino a José María Otero Navascués, óptico muy estimable, desde luego, más no comparable entonces con los dos maestros mencionados […] En Química física, Moles y los suyos fueron totalmente eliminados a favor de Foz Gazulla, inteligente químico, y buen amigo mío, pero fanático y neurótico […] En Barcelona, el enorme vacío creado por la ausencia de Augusto Pi y Suñer fue habitado por la incipiente y escasa fisiología de Jiménez Vargas, miembro del Opus Dei. ¿Para qué seguir? […] la decisión de partir desde cero o desde la más pura derecha se impuso implacablemente«.

Las palabras que en 1965 escribió Ignacio Chávez, sobre el exilio científico en México, están cargadas de una dolorosa verdad: “Todo ese esfuerzo que hizo España y al que debió, en el primer tercio del siglo, su rápida transformación en las ciencias y las humanidades, nosotros lo recogimos. Fuimos nosotros los beneficiarios. Quizá, de momento, España no supo todo lo que insensatamente perdía lanzando al destierro a lo mejor de sus intelectuales […] España no podía sufrir una peor hemorragia. Nosotros, en cambio, si nos dimos cuenta de lo que con ellos ganábamos”. El coste fue abrumador, se perdió un valioso capital humano del que España no estaba sobrada.