Foto: Manuel Tagueña y Carmen Parga, en la playa de Madrid en 1934.
Este texto se titula “El exilio de la familia Tagüeña de Moscú a México. Todo el mar es mar” y es la conferencia pronunciada por Carmen Tagüeña Parga, en el Ateneo Republicano de Galicia, el 28 de septiembre de 2017.
Indudablemente cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá lograrlo. Pero su tarea es quizás mayor: evitar que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida, en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; en las que poderes mediocres, que pueden destruirlo todo no saben convencer; en que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión; esa generación ha debido en sí misma y en su alrededor, restaurar partiendo de sus amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. A. Camus (de su discurso al recibir el premio Nobel).
La cita anterior les encantaba a mis padres y considero muy pertinente preservar el testimonio de esa generación que ya ha desaparecido “para evitar que el mundo se deshaga”. En ese orden de ideas se encaminan los esfuerzos de muchos españoles que tratan de recuperar lo más posible el recuerdo de aquellos que no pudieron completar sus sueños al desaparecer o por lo menos quedar mutilados por la guerra y el exilio.
Mis padres, de los que me siento muy orgullosa, fueron Manuel Tagüeña, teniente coronel del ejército de la República Española y Carmen Parga, una gallega universal, su compañera de vida, de lucha y de ideales. Aunque como decía mamá no siempre estuvieron de acuerdo.
Como escrribió recientemente Antonio Muñoz Molina mis padres pertenecieron a una generación excepcional:
“Dice Henry James que todos los futuros son crueles. El de los jóvenes de esa generación fue inaudito. Estudiaron con los mejores maestros que ha tenido nunca el conocimiento humanista y científico de España. Disfrutaron de los primeros logros modernos de la cultura popular, el cine sonoro, la radio, los bailes con música de jazz, las piscinas públicas, los deportes. Vivieron por primera vez la posibilidad de una relación igualitaria entre hombres y mujeres, en la vida privada y en el activismo político. Todo ocurrió a una velocidad de la que es difícil darse cuenta: en la primavera de 1939, Carmen Parga y Manuel Tagüeña son dos refugiados que han logrado escapar del cautiverio indigno en los campos de concentración francés y viajan en un carguero por el golfo de Finlandia, camino a Leningrado.¨
Manuel Tagüeña fue el oficial más joven del Ejército de la República, con la enorme responsabilidad de ser Teniente Coronel con mando de General. En 1938 era un joven de 25 años de edad, universitario brillante, el mejor de su generación de la Universidad de Madrid, con estudios de doctorado en ciencias físico-matemáticas. Sin embargo, su encuentro con la historia fue comandar el XV Cuerpo del Ejército Republicano en el Ebro a más de 50.000 hombres, en la famosa batalla. A diferencia de muchos miembros de su generación que no lo lograron, Manuel Tagüeña siempre se consideró afortunado por haber sobrevivido a dos guerras. Desde hace 47 años ya no está con nosotros, pero sí está su Testimonio de dos guerras, que ha editado y reeditado Planeta gracias, en ambos casos, a Rafael Borrás.
Toda su experiencia en la guerra, y en particular la experiencia en el Ebro, lo hacen apreciar el valor de todos los que lucharon y dedica su libro “a quienes supieron vivir y morir dignamente en la difícil coyuntura del siglo XX”. Tiene varios episodios en los que salvó vidas heroicamente: como al final de la Batalla de Ebro, con su famosa línea fortificada y la maniobra de repliegue, o después, durante la agonizante defensa de Cataluña. En Flix recuerdan a Manuel Tagüeña en una placa en la escultura en homenaje a la República hecha con los restos del puente de hierro que papá manda volar cuando lo pasa después de la tropa como último combatiente, eran las 4.45 horas del día 16 de noviembre de 1938 y añaden “era el final de la Batalla del Ebro”.
En su libro Antes que sea tarde mi madre relata el duro período estalinista en la URSS. Juntos recorrieron en aquellos difíciles años la Yugoslavia de Tito y la Checoslovaquia convulsa de la primera etapa del régimen comunista. Mamá describe con un lenguaje impresionista, un conjunto vivo de imágenes, desde su salida de España hasta su llegada a México, años después, más exactamente como cuenta ella hasta la muerte de Franco. Es un relato veraz, cargado de humanidad en el que de forma recurrente surgen también en el texto los recuerdos de aquella revolucionaria Universidad de Madrid de los años entusiastas que precedieron a la gran tragedia.
Como suele suceder mi hermana y yo aprendimos que si en vida de tus padres no preguntas lo suficiente, cuando quieres hacerlo ya es demasiado tarde. En realidad, de no haber sido porque tanto papá como mamá escribieron sus memorias, hubiéramos perdido muchísima información. Sin embargo, lo que si nos quedó muy claro es que “más se había perdido en Madrid”, frase que rubricaba muchas de las pérdidas de nuestras jóvenes vidas, los guantes, el libro, la mochila. Todavía hoy siempre lo decimos en familia.
Papá murió en México a los 58 años víctima de cáncer y su último trámite fue solicitar la nacionalidad mexicana en congruencia con sus sentimientos: “Considero una suerte haber tenido la oportunidad de haber venido a México, y creo que en ningún otro país nos hubiéramos adaptado tan sinceramente. Tanto las tradiciones del pasado como las realidades del presente nos identifican con su pueblo y sus problemas. Mis hijas han crecido aquí no se consideran extranjeras y tengo nietos mexicanos que me ligan aún más a esta tierra que no pienso abandonar”.
De la misma manera escribe mamá en sus memorias: “Tenemos mucho que agradecerle a México. Nos dio paz, trabajo, tranquilidad y sosiego para rehacer nuestras vidas. Pero sobre todo nos dio la posibilidad de que nuestras hijas crecieran espiritualmente libres, sin presiones irracionales, con libertad para realizarse personal y profesionalmente, con libertad para elegir. Cuando más tarde tuve la oportunidad de conocer los traumas y presiones que tuvieron que sufrir los hijos de los “rojos” que decidieron volver a España durante el franquismo, me convencía que habíamos hecho lo justo quedándonos en México y en la emigración…”
De hecho el agradecimiento al país es un sentimiento que amalgama a la emigracion republicana en México. Mencionar a Lázaro Cárdenas sigue provocando a 78 años de la llegada del exilo español en 1939, grandes aplausos en la comunidad de los descendientes del exilio. Por cierto que, la influencia de ese exilio se siente aún y se seguirá sintiendo por muchas décadas en la cultura mexicana: hijos, nietos, bisnietos de los que llegaron en los llamados barcos de la libertad, se encuentran entretejidos con la realidad social, cultural y civil del México del siglo XXI. Lázaro Cárdenas además de muchos significados profundos otorgó en esencia una facilidad burocrática, pero importantísima. Los exiliados pudieron conservar su carrera y pudieron hacerse mexicanos si así lo deseaban. ¡Cuantos emigrados e inmigrantes no sufren actualmente las inclemencias de la ilegalidad! En ese orden de ideas, es notable el hecho de que el gobierno mexicano rentara cerca de Marsella dos palacetes Montgrand y La Reynarde donde reunían a los que hoy llamaríamos “indocumentados” republicanos que después de dotarlos de los llamados “visados de Bosques” los encaminaban en barcos hacia América. Gilberto Bosques era el cónsul mexicano en Marsella y su fama cundió entre los republicanos perseguidos en Francia. Los que no tuvieron la suerte de poderse ir y no teniendo la protección del gobierno español acabaron en los campos de concentración especialmente en Mauthausen, el llamado campo de los españoles. Cuentan que allí a un pequeño lugar soleado al que llamaban con nostalgia y esperanza México …
Mamá sobrevivió muchos años a su marido y hasta tuvo la oportunidad de desarrollar una carrera política propia. Fue hasta su muerte, a sus casi 90 años, la presidenta de la Asociación del PSOE en México. Siempre recuerdo nuestros viajes a Santiago Tepetlapa, los fines de semana. Tomábamos la carretera de Cuernavaca y cuando llegábamos a la famosa curva de la Pera, ya habíamos agotado los temas familiares y pasábamos a discutir de política. Cuando mamá decía porque nosotros…, siempre se refería a Felipe González y a ella.
Las cenizas de mis padres están en el Cementerio Español de la Ciudad de México y en la lápida papá pidió que constara que fue Teniente Coronel del XV Cuerpo de ejército de la República Española y mamá no pidió nada, sin embargo, por un sentido de elemental justicia se menciona en la lápida su presidencia de la Agrupación del partido Socialista Obrero Español, pero lo más importante para nosotros fue dejar constancia de que “en medio de tantas tormentas supieron preservar la llama del hogar”. Lo anterior, es un homenaje a su optimismo y por la buena disposición que ambos tuvieron para que nuestra vida familiar fuera tranquila y siempre lo más normal posible. Fuimos, por ejemplo, las únicas niñas del grupo de españoles en los países del este que siempre nos inscribieron al colegio más cercano, aunque no se supiera cuantos meses permaneceríamos en el lugar. Nunca perdimos un año a pesar de que entre primero y tercero estuve en cuatro escuelas diferentes, dos en Yugoslavia (Nish y Belgrado) y dos en Checoslovaquia (Hejnice y Brno). Creo que es algo de lo mucho que le debo agradecer a mis padres que supieron dejarme vivir a mi aire y no cargarme con la amargura de haber perdido la guerra y estar en el exilio. Esa actitud la repetimos mi hermana y yo con nuestros hijos, que se fueron enterando paulatinamente de la mayoría de los acontecimientos relacionados con la guerra civil. De hecho, mamá escribe sus memorias con la idea de “recordar a sus nietos y en general a las nuevas generaciones, las desgracias, calamidades y tragedias que pueden provocar la irracionalidad y el fanatismo.”
Mi hija me contó que cuando mamá le regaló el libro de su abuelo sus instrucciones fueron precisas: “lee las primeras hojas, que es la historia de tu familia, sáltate la guerra, porque la guerra la perdimos, y lee el exilio, porque es como una novela policíaca en la que los personajes principales son tus abuelos, tu madre, tu tía…” y cuenta ella “Muchas veces empecé a leer Testimonio de dos Guerras y luego lo abandoné incapaz de leer lo relativo a la guerra, pero incapaz también de saltármela. Hace algunos años, esta misma abuela escribió también sus memorias. Esas si las leí enseguida y varias veces, es un libro bellísimo en mi opinión, pero que ¡también se salta la guerra! “
En el libro de papá se puede leer: “Al llegar a México, pedí permiso para regresar a España y hasta es posible que me hubiera ido a radicar allá, si las autoridades españolas me lo hubieran autorizado. Por fortuna, lo pensaron durante cinco años y cuando lo recibí lo utilicé para hacer mi última visita a mi madre gravemente enferma. Entonces me di cuenta del error que hubiera sido volver a España con carácter definitivo. Mi presencia despertó demasiada sensación, había sido ilusoria mi idea de pasar desapercibido. Para vivir en paz tendría que aceptar el papel de “rojo arrepentido”, lo que lesionaría gravemente mi dignidad y me haría caer en una situación parecida a la que viví en los países comunistas. Mientras los vencedores no acaben de una vez por todas, con el espíritu de la guerra civil, mi puesto está y estará en el lado de los vencidos. Por este motivo no acepté la ayuda que me ofrecieron las autoridades españolas y volví a la emigración y a México, donde a la muerte de mi madre se nos unieron mi hermana y su hija.”
Como verán mis padres siguieron siendo emigrados toda su vida, porque ya no se plantean el regreso a España. Después de la muerte de Franco nosotras animamos a mamá para que fuera a España y ella iba, pero de visita. Un artesano mexicano amigo de ella le decía “señora usted allí encuentra a su alma joven” y era cierto mamá volvía a ser en Madrid la joven estudiante de antes de la guerra ¡hasta iba a manifestaciones!
Mi papá ya había muerto en 1975 que fue una fecha trascendental para todos los españoles, exiliados o no. “El fin de la dictadura produjo cambios profundos en las conciencias y en las instituciones. A pesar de la larga espera, los que salieron en 1936 vivieron este cambio con alegría y optimismo. Se cumplía por fin el deseo se aquellos que el primero de enero se levantaban al alba para ver amanecer el año de la vuelta a España… Hubo muchos que volvieron: pocos para quedarse, la mayoría para re-ligarse a su tierra y recuperar un pedazo de sí mismos que por tantos años les había faltado ; para llenar, por fin el vacío que llevaban dentro. Muchos, o quizás todos, al mirar su propio pasado sintieron que su sacrificio había sido provechoso, que habían superado la prueba difícil que a veces la historia pide a los seres humanos…En esa coyuntura el Ateneo fue una de las instituciones que mejor afrontó el presente español. Por su espíritu abierto, por sus múltiples intereses nunca se ha detenido en ninguna fecha histórica, siempre ha evolucionada con el paso del tiempo. Sin olvidar el pasado difícil, ha sabido captar y hacer suyo el ritmo histórico de México y España.” (Cita de Ascensión Hernández de León Portilla publicado en Cuadernos Americanos en 1991 con el título Quinto Centenario cuatro décadas del Ateneo Español de México).
Lo que hay que destacar es que pese a todos los cambios se trató de una generación de una coherencia envidiable que a través de muchos años mantuvo su compromiso con la República derrotada por el golpe militar de Franco.
El exilio de mis padres comienzó en Rusia, el país más importante del bloque soviético como se establecía en el himno de la Unión Soviética. Allí el grupo de españoles era completamente compacto y mis padres en sus memorias describen los múltiples problemas habidos entre ellos. Mi papá era el único ex combatiente republicano que tenía carrera universitaria y cuenta en el libro que “quizás por casualidad” empieza una campaña en contra de los intelectuales. Papá fue primero alumno y cuando estalla la guerra profesor de la Academis Superior del Ejército Rojo, la Academia M.V. Frunze. La campaña contra los intelectuales se propagó por la inmigración; mamá también estaba catalogada como “intelectual” y por lo tanto era sospechosa. Ella siempre contaba que dado que ambos eran seres pensantes y tenían capacidad de crítica, los consideraron enemigos del régimen antes de que lo fueran. Sin embargo hay que reconocer que los chistes antisoviéticos de mamá no ayudaban en este tema.
Mamá tampoco la tenía fácil en su trabajo. Arrancados de sus hogares a causa de la guerra la mayoría de los niños y de los jóvenes, se resistían más o menos concientemente a ser educados por extraños y levantaban una barrera mental que a menudo ni siquiera los maestros españoles podían atravesar. Mamá contaba el caso de un niño que no se quería levantar y estaba llorando. Lo que le pasaba es que se le había olvidado el nombre de su madre, “cuando anteayer todavía me acordaba” dijo. Mamá lo consoló diciéndole que todas las madres se llaman mamá. “¿Cuál es tu problema, tienes miedo de llegar a España y no saber decir de quién eres hijo?, No te preocupes, llegarás en un barco al puerto de Gijón, al mismo muelle que embarcaste y allí estará tu madre, llamándote a gritos, porque ella no se va a olvidar de tu nombre por mucho tiempo que pase”. A mí siempre me ha conmovido la historia de todos esos niños y no puedo imaginarme la desesperación de unos padres para que se separen de sus hijos, pensando que así los salvan.
Yugoslavia fue el segundo país del exilio de la familia Tagüeña. Allí nos empezamos a integrar con las personas del país desde una especie de disfraz. Se suponía que éramos rusos porque papá era asesor ruso del ejército yugoslavo e incluso usaba el uniforme correspondiente. Mentira, por cierto imposible de sostener, porque mi abuelita también gallega ya estaba sorda y nos comunicábamos a gritos en español. A propósito, algo que a veces pienso es que ninguno de los países en los que vivimos en el exilio existen hoy día como tales. Cuando esto lo menciono en México me dicen, ¡oye no nos eches la sal!
En Checoslovaquia me hubiera encantado pasar desapercibida, pero no pude. El color de mis ojos y mi pelo llamaban la atención y a cada rato, sobre todo en la escuela, me recordaban mi sangre española. Eso tenía a veces sus ventajas, porque así se justificaba mi conducta alborotada. Sin embargo, mamá cuenta en su libro que cuando nos íbamos a venir a México yo lamenté perder mi carácter de “exótica”. Por ejemplo el nombre Carmen era verdaderamente muy original y me permitía inventarme distintas razones para llamarme así. Solía decir que a mis papás les encantaba por la opera. Cuando llegué a México me inscribieron en el Instituto Luis Vives y la situación cambió abruptamente, de once muchachas que éramos en la clase, seis nos llamábamos Carmen.
En México a pesar de que el Luis Vives era un Colegio Español, los republicanos ya no formaban un continuo, se habían dispersado un poco y a mi me fue más fácil decidir ser mexicana, sobre todo después de comenzar mis estudios en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Sin embargo, al principio tuve que adaptarme de nuevo. Me di cuenta que lo que yo consideraba en el Vives una vida mexicana, no era tal. Como lo analiza la Dra. Clara Lida con mucha precisión en su publicación Caleidoscopio del exilio. Actores, memoria, identidades y cito “En sus colegios en México esos niños del exilio no solo se mantuvieron aislados de una España que bajo el franquismo rompió sus lazos con la cultura previa a la Guerra Civil, sino que, al mismo tiempo, permanecieron al margen del país receptor, aunque estuvieran obligados, al menos por ley, a seguir los programas de enseñanza oficiales. En la práctica, las escuelas del exilio transmitieron la cultura aprendida y enseñada en las escuelas de la Segunda República y que podríamos llamar una cultura en vilo, desgajada del tronco cultural peninsular, pero sin raíces vigorosas con las cuales arraigar. Para muchos de esos alumnos el reconocimiento de la sociedad receptora tardaría mucho en llegar…” Para mi no fue tan complicado, recuerdo, por ejemplo, que muy pronto dejé de cecear, al fin y al cabo reflexionaba yo, había aprendido el español en México. Desde entonces soy mexicana del norte y no miento porque Moscú está más al norte que Hermosillo Sonora.
Los amigos que ahora tengo, que son refugiados como yo, los fui reconociendo después poco a poco en un medio ya muy mexicano. Como decía una amiga de mamá nos íbamos dando la mano y formábamos una especie de gran familia, porque siempre encontramos muchas cosas que nos unen. Ese sentimiento de pertenencia y el amor a mis padres y a España me llevó al Ateneo Español de México y he sido muy recompensada en presidirlo en una nueva etapa ( una nueva sede) que iniciamos con muchos apoyos que han sido variables y hemos tenido que luchar mucho para seguir adelante.
El Ateneo ha sido y es un centro de encuentro, comunicación, preservación y difusión del legado del exilio español en México. Actualmente los acervos del Ateneo ya están navegando por la red, sin límites, cabalgando entre electrones, en la frontera de la información…
En su voluntad de conservar viva la memoria del destierro, el Ateneo ha logrado convertir su gran repositorio de recursos históricos en un acervo impresciendible para los investigadores que estudien la Guerra Civil y del exilio de distintos países.
El Ateneo fue fundado el 4 de enero de 1949 con la nostalgia del Ateneo de Madrid y a imagen de este con un régimen de tribuna libre y puerta abierta. Desde el comienzo respondió a una amplia comunidad refugiada aunque también se supo imbricar con figuras destacads del mundo cultural mexicano. Baste recordar a Alfonso Reyes entonces presidente del Colegio de México. En esta etapa está el Ateneo en el Centro de la UNED ( Universidad Nacional de Educación a Distancia) en México y compartimos el espacio con la Conejería de Educación de la Embajada de España y el Centro de Estudios de Migraciones y Exilios (CEME) de la UNED. En la actualidad hemos convertido este centro en un espacio cultural de gran importancia.
Yo nací en Moscú, el primero de enero de 1941, cuando ya había guerra en Europa, pero faltaba la invasión alemana a la URSS. Papá y mamá estaban muy preocupados dado que la guerra con Alemania era inminente y con ella suponían que llegaría el hambre muy rápidamente. En las todavía épocas de paz ya escaseaba la comida y la mayoría de los artículos necesarios. Tener unas tijeras era un lujo, no se podían conseguir. Decía una amiga de mamá que si el problema era que la industria tenía que producir armas, bien las podrían hacer de los “recortes de los tanques”.
Cuanta mamá en su libro “ Celebrábamos la Nochevieja con una fórmula que iba a convertirse en obligada: recordando donde habíamos pasado cada fin de año desde que empezó la guerra (y nosotros, realmente la emigración, porque habíamos tenido que abandonar nuestra casa en Madrid).Brindábamos luego porque la próxima vez fuera en algún lugar de España no importaba cuál. Repetimos el brindis un año y otro, aun en aquellos con menos perspectivas de regreso. Era algo así como afirmar nuestra fe y nuestra esperanza. La noche del final de 1940, después de cenar, se me presentaron los dolores de parto. Iba a nacer mi primera hija. Afortunadamente el hospital estaba muy cerca y podíamos ir andando. Eran poco más de la una de la mañana,cuando llegamos. En la calle la temperatura era de 25°C bajo cero, debido a lo cual me cesaron los dolores y cuando me instalaron en la sala de partos me quedé dormida tranquilamente”. Bueno al día siguiente se reanudó el trabajo de parto y yo nacía a la una del día primero del año 1941. Papá no nos pudo ver en el hospital y él me puso el nombre de Carmen. Sin embargo en la inscripción en el Registro Civil, no hubo manera de que llevara su verdadero apellido y tuve que inscribirme de acuerdo con el único documento que tenía como Karmen Mijailovna Tarasova. En la familia siempre fui Carmiña y en esa primera partida de nacimiento yo si era hija de Carmen Parga.
El documento de papá decía que se llamaba Mijail Tarasov, nacido en Murmansk. Cuando se hicieron los grupos para ir a las Academias Militares les dieron a todos los españoles seleccionados nombres rusos. Se trataba de una medida “conspirativa», decían, con la que se pretendía ocultar a un posible espía de que eran españoles. Habían tenido el cuidado de conservar las iniciales y la primera letra del lugar en donde habían nacido, en el caso de papá eran M.T. y la M de Madrid.
El 22 de junio de 1941 invadió Hitler la unión soviética. Ese día tenía casi seis meses y estaba comiendo mi primera papilla. De ahí en adelante pude degustar muy pocas papillas y sopas y pronto volví a tener como único alimento, hasta el año y medio de edad, la leche materna. Gracias a lo cual sobreviví y gracias a lo cual mamá supo exactamente cuanto pesaban sus huesos dado que perdió treinta kilos. Otra vez mis padres íban a vivir una guerra y el estado del ánimo no era el mismo. En España querían vencer y ahora solamente sobrevivir.
Los primeros bombardeos en Moscú fueron con bombas incendiarias pero la angustia debió de ser muy grande. Pocos meses antes de morir, cuando empezó la guerra en Irak, mamá recordó esa época, el miedo que pasó por cuidarme y se lamentaba que el mundo estuviera cada vez peor. Por primera vez en su vida había perdido su optimismo.
Manuel Tagüeña quiso luchar pues si el pueblo soviético era derrotado nadie salvaría a los españoles del exterminio. Por eso pidieron los de la Academia ser enviados al frente. Stalin denegó su petición, diciendo que su lugar era España y que debían de reservarse para combatir allí. Nos les quedó más remedio que seguir estudiando. Mis papás se resignaron a no tener noticias ni de España ni de México y así fue prácticamente mientras duró la guerra porque los aparatos de radios fueron recogidos y las cartas sometidas a tal censura que simplemente no llegaban.
En los partes de guerra se advertían los equilibrios que hacían los redactores, para que no trascendiera la verdad, pero los nombres de los campos de batalla indicaban el retroceso rápido y constante del Ejército Soviético. La situación era desesperada. Una orden obligatoria de evacuar la capital confirmó los temores. El 9 de agosto salieron las familias de los alumnos y los profesores de la Academia Frunze. El punto de destino era Yableika que estaba a 500 km de Moscú, pero para llegar fueron nueve días de hambre y calamidades, en las estaciones no había nada que comprar y los niños pequeños llegaron enfermos y deshidratados. En Yableika se pretendió distribuir a las mujeres en casas de los campesinos, pero éstos mostraron resistencia por si llegaban los alemanes y mientras duró el verano las pusieron en “isbas” abandonadas llenas de bichos y agujeros. En el invierno venció la solidaridad rusa, además de que ya se habían ganado un lugar en el “koljós” en parte por las heroicidades de mamá como fue atravesar en trineo un lago no tan helado para conseguir leña, trabajar en la trilladora y ser sacristana. Desde el viaje en el que su entrenamiento deportivo le permitía saltar del tren antes que nadie para conseguir comida mamá se convirtió en lideresa. En relación con el pasado deportista de mamá, me encanta enseñar una foto de ella que demuestra la generación tan precursora que fueron. La república las liberó y las chicas, piernas al aire hasta la ingle, empezaron a correr y dedicarse a distintos deportes. En la mencionada foto juegan con la Universidad de Lisboa y las portuguesas llevan las faldas hasta la rodilla. Por cierto, hace pocos años invitaron a mamá a una fiesta de disfraces. El tema era disfrazarse de lo que hubieras querido ser. Mamá fue de basquetbolista con el uniforme nacional de España que ella se inventó y hasta un balón llevó.
Papá seguía en Moscú, presentando exámenes con mucho éxito y cooperando en todo lo que le era solicitado. A fines de octubre salió el tren de la Academia hacia Tashkent, la capital de Uzbekistán y llegaron a finales de noviembre sin haber podido pasar por Yableika. El jefe de la Academia decidió que los españoles que sabían ruso, los más capaces, se convirtieran en maestros. Finalmente, en enero de 1942 llegaron las familias a Tashkent. Yo tenía un año. Mamá me contaba que yo no caminaba porque no tenía zapatos, que en el momento que me pusieron unos de segundísima mano salí corriendo de inmediato. Eso me pasó varias veces en la vida por hacer las cosas más tarde de lo normal: de inmediato salí nadando en el Adriático, andando en bicicleta en Checoslovaquia, porque yo misma estaba convencida de que ya me tocaba tal o cual actividad.
Cuando por fin, se reunieron mis padres tuvieron que vivir con otros en un sótano que cariñosamente llamaban la “cueva”. Para comer iban vendiendo todo lo que podían, adelgazaron hasta los huesos y tenían que comer toda la familia con una sola cuchara. Papá se robó otra del comedor de la Academia por eso de la enfermedad de Antón que tenía tuberulosis y siempre nos contaba que fue su segundo robo. En una casa abandonada de París se había robado un diccionario en muchos idiomas que todavía tenemos en casa. Para salvarme de los distintos contagios y después de tener zapatos, mi abuela me tenía el mayor tiempo posible en el parque. Según me contaron en aquella época yo entendía el español, el ruso y el tártaro. De Tashkent mis padres recordaban con tristeza el entierro del abuelo. Como mis padres insistieron en enterrarlo y que no se fuera simplemente a la fosa común, eso fue considerado en el colectivo de los españoles como un prejuicio burgués.
A primeros de noviembre, empezó a mejorar la situación militar rusa en enero de 1943, las unidades alemanas fueron cercadas y metódicamente aniquiladas en Stalingrado. No quiero extenderme más en la guerra, para los interesados les recomiendo el libro de papá Testimonio de dos guerras. A finales de abril comenzaban a salir los trenes de la Frunze de regreso a Moscú. Al regresar a Moscú hubo que luchar para recuperar el departamento que compartiamos con la familia Vela Inciarte. Tuvimos, sin embargo, un nuevo vecino, un viceministro. Esa historia tiene que ver con una anécdota mía con Dolores Ibarruri, poco antes de salir de Rusia. Le expliqué que había tres clases sociales , los pobres, como Masha que era una señora a la que mamá ayudaba, los “nichevo” como nosotros, es decir, como intermedios y los ministros como nuestro vecino que me regalaba siempre chocolates.
El Partido Comunista Español, de acuerdo con las autoridades soviéticas, decide enviar al grupo a Yugoslavia. Mis padres se van felices. Describe papá sus pensamientos desde el avión “ Para mí estaba claro que algo muy grande y contradictorio había ocurrido en mi vida. Por un lado había sufrido en la URSS muchas amarguras y desilusiones, la causa del comunismo, a la que había consagrado mi vida en la temprana juventud aparece ahora llena de manchas, que a duras penas podía justificar. Dos aspectos principales empezaban a perfilarse en mi mente, poco propicia a admitir que se había orientado en sentido equivocado. Por un lado, el abuso del poder en todos los escalones y en todos los partidos comunistas, que atentaba contra lo más íntimo de la dignidad humana y que aniquilaba físicamente a los que resistían, y por otro, la ineficacia administrativa y laburocracia que imponía al pueblo dificultades materiales injustificables e insufribles. Pero, por otra parte había vivido plenamente la lucha del pueblo ruso contra sus invasores, guerra completamente justa como la de cualquier país que defiende su propia existencia. Todas esas cosas me alteraban y me tranquilicé llegando a la conclusión de que todo se arreglaría de alguna forma, que los abusos e irregularidades se corregirían y que los rusos, después de la victoria, conseguirían una vida más fácil y mayor libertad. Esperaba convencerme, viendo cómo esos pueblos que emprendían bajo el tutelaje ruso la senda del comunismo, iban a evitar caer en los mismos errores. Con esta moral llegué a Yugoslavia.” Mamá llegó a las mismas conclusiones pero más definitivas, mucho antes que papá y fueron básicamente producto de lo que papá llama “las dificultades injustificables e insufribles”. Tardó diez años más en poder decirlo en voz alta, pero como decía ella se puede ser libre dentro de una celda si estás decidido a no dejarte manipular. Mi última aventura en Rusia fue la visita de la Plaza Roja. Cuando vi a Stalin dije pero “kakoi málenki”, que quiere decir “qué pequeño”. Esto ya le había dicho mamá en español años antes, ¡parece que las fotografías rotocadas lo favorecían!
Llegamos a Belgrado a finales del mes de abril de 1946 y la primera fiesta que se celebró era el primero de mayo. Tito no me desilusionó como había sucedido con Stalin. Papá estaba destinado como consejero del ejército en Nish, donde tuvimos una hermosa casa junto al río. Después de ocho años de vivir en la URSS y que mamá salió con los mismos zapatos con lo que había entrado, pudo encontrar cosas en los almacenes. Pasamos las vacaciones en Split en el Adriático, con la familia Vela Inciarte, pasando con Zagreb y sus minaretes donde visitamos a otras familias españolas. En el viaje mis padres descubrieron que lo que yo había aprendido recién llegada era un dialecto. Después de unas muy exitosas vacaciones, cuando comencé a ir a la escuela ya dominaba todas las variaciones del serbio-croata.
Mis papás pudieron oír las estaciones de radio de toda Europa y por primera vez en muchos años leían la prensa y estaban al tanto de las últimas noticias. Relata papá en su libro:“Aquel período de tranquilidad tuvo corta duración. Un día oí por radio que a finales de junio habían sido detenidos en Madrid un grupo de guerrilleros entre los que estaban dos mujeres. Inmediatamente pensé en mamá y mi hermana no por tener un presentimiento, sino porque ellas eran mi preocupación constante. A las pocas semanas recibimos de México la noticia de que las dos estaban en la cárcel.”
Mi abuela Encarnación Lacorte que siempre había sido maestra y que no quiso salir de España al terminar la guerra civil por no dejar a los niños que tenía a su cargo y Encarnita la hermana de papá junto con su familia estaban viviendo en la casa familiar de la calle de Huertas. Allí la abuela se ocupaba de una pequeña escuela unitaria y efectivamente les dieron cobijo a unos guerrilleros, según dijo ella en el juicio lo hizo por ayudarles, lo mismo que esperaba que si lo necesitara, alguien ayudaría a su hijo que andaba por el mundo. Siempre me conmovió lo ocurrido con mi prima Mari Car. Tuvieron que ampararla las vecinas, quienes la entregaron a una tía que vino casualmente de visita y ésta a sus abuelos paternos, que vivían en Galicia y allí estuvo con ellos mientras su mamá y la abuela estaban en la cárcel. Bueno eso es otra historia muy triste. Muchos años después, ya en México, recibimos una carta de alguien en la que explicaba que estaba en un café cercano con los documentos para que los compañeros pudieran salir de España y pudo observar todo el movimiento de la policía. Lamentaba no haber llegado antes y así evitarle el problema a mi tía y abuela. Recientemente, mi hija Maite vivía en la calle Lope de Vega paralela a Huertas y traté de hacer una investigación. Pregunté en el número 20 si alguien recordaba la escuela que hubo, busqué el café, todo completamente inútil. Lo que me llamó la atención es que un señor, posiblemente el borrachín del barrio, me acompañó en mis pesquisas me dijo “Tenga cuidado porque este barrio ya no es el mismo. Hay muchos sudacas.”
Parece sorpresivo que después de la guerra los rusos no hicieran nada para acabar con la dictadura de Franco. “La mayoría de los españoles pensaban que habiendo terminado la guerra con la derrota del fascismo la España franquista estaba destinada a desaparecer. Los emigrados, especialmente, soñábamos con ese día; pero terminada la guerra fuimos informados, que Franco sobreviviría y a cambio los países con la frontera con la URSS, como Rumania, Polonia y Checoslovaquia, pasarían a ser los países socialistas. Los tres años de lucha contra el fascismo y los años siguientes de resistencia popular y represión franquista no valían nada. Lo importante para gozar de un estado popular socialista era tener frontera con la URSS y lo más triste fue que en ese momento ya no nosparecía una desgracia”, escribe mamá.
Esta falta de fronteras explica el problema de Stalin con Tito y Yugoslavia, unido al hecho de que la popularidad de este líder, lo opacaba. El primer síntoma del rompimiento llegó cuando fueron retirados los consejeros soviéticos que estaban desde el final de la guerra. Algo grave estaba ocurriendo, la vida de mis padres se complicó y al tener que sustituir a los soviéticos y algunos españoles como papá, fueron trasladados al estado mayor central de Belgrado. Ese verano se dio lectura a un documento en el que el resto de los partidos comunistas acusaban a Tito y al partido comunista Yugoslavo de desviaciones y traición a la sagrada causa.
Para mí fue un trauma tener que abandonar primero Nish y luego Yugoslavia. Estaba completamente compenetrada con la escuela, con mis amigos, con el país. La abuelita iba los domingos a misa y yo la acompañaba. El peligro inminente era que nos devolvieran a la URSS. Papá fue el único del grupo del partido comunista que se puso al lado de los yugoslavos, con gran estupor de la mayoría hizo nuevamente el Quijote cono decía mamá y ella como siempre hizo de Sancho Panza, siguiéndole.
La crisis que vivió papá acabó con todas sus ilusiones con respecto al comunismo, para él fue definitivo: “Me aparté del comunismo no por sus fines sino por sus métodos y ni me pasé del bando contrario, ni me desentendí de la inquietante realidad de esta época de crisis total de ideologías y de regímenes políticos. Sin embargo no estando encasilladas en ningún bando mis opiniones disgustarán por motivos diversos y hasta idénticos a los que se sienten poseedores de las diversas verdades absolutas.”
Los yugoslavos se portaron maravillosamente dándonos todas las facilidades para nuestra partida. El viaje transcurrió entre lágrimas y risas. Pepillo Vela que celebraba su cumpleaños decía “no estén tristes, los comunistas apenas han entrado a Checoslovaquia no han tenido tiempo de arruinar todo”. Hubo que cerrar la puerta del compartimento del vagón. Por cierto, mi primera muñeca de porcelana me la había comprado papá en Belgrado y la primera pelota de goma nos la compraron en Budapest en una larga parada del tren. Los globos blancos de nuestras fiestas de Moscú habían sido condones.
Praga es una ciudad muy bella y aunque yo no la recuerdo en ese momento nos impresionó favorablemente. A los pocos días nos trasladaron a Hejnice, pequeño pueblo en el corazón de los Sudetes. Estábamos todos los españoles ex militares como una gran familia en una enorme residencia rodeada de un parque. Como ya mencioné antes, solamente yo iba a la escuela. Allí nació mi hermana y aunque papá quería ponerle Encarnación por su madre que estaba en la cárcel, mamá se negó alegando que el nombre era permanente y que la abuela sería eventualmente liberada. El nombre elegido de común acuerdo fue Julia.
Los demás se quedaron en Praga en la capital y nosotros nos fuimos a una especie de destierro a Brno, ¡por fin solos!. Llegamos en un frío día del mes de febrero de 1949, con un miembro más de cuatro meses, mi hermana Julia. Lo más importante allí, desde el recibimiento que les hace el decano de la facultad de medicina, es el regreso de mis padres a la vida académica. Mamá da clases de español, nunca pudo terminar su carrera de filosofía, en el Seminario de Lenguas Romances y papá se incorpora a la Facultad de Medicina al Departamento de Física y decide estudiar la carrera de medicina.
En Brno llevamos una tranquila vida de barrio en Zabovresky “vida organizada en un país organizado”. Yo, como era costumbre, regresé a la escuela. Mientras tanto, la economía del país iba empeorando, la industria y el comercio exterior estaban completamente desorganizados. El partido comunista en Brno era dirigido por un antiguo interbrigadista varias veces herido en España. Eso al principio fue una ayuda, pero cuando empiezan los procesos de Stalin nos perjudica. El terror hizo su aparición en Checoslovaquia. El peligro llegó a nuestras puertas, papá fue citado en la Dirección de la Policía de Seguridad encargada de la limpieza del Estado. Afortunadamente, en el proceso no incluyeron a los interbrigadistas , lo cual nos daba un respiro. Repentinamente muere Stalin y un poco después Gottwald, el presidente de Checoslovaquia. Papá aprovecha la ocasión. Hay un pequeño respiro para escribir y organiza con mi tío en México que lo reclame la Universidad Nacional para trabajar (nosotros no entramos como refugiados políticos pero si con un pasaporte de la República Española). Nuestra vida en apariencia era la misma, seguíamos muy bien en la escuela y a nadie le contábamos nada.Pero cada vez que mis padres iban a hacer alguna gestión yo tenía la instrucción de enviar, si no regresaban, cartas a los tíos, a la Comisión de Derechos humanos de las Naciones Unidas y yo añadí una para el mariscal Tito. Tenía entonces trece años. Vendimos todo para comprar los boletos. Nos ayudaron mucho los vecinos, por ejemplo Julita y yo pudimos dormir en la casa de la viuda, como la llamaba la abuela, aunque ésta ya tuviera un nuevo marido. La abuelita nunca aprendió ningún idioma y todos nuestros vecinos tenían diversos motes, uno muy gracioso era la del “sombrerito”. Por fin y después de muchas presiones del partido comunista español sobre mis padres, nos otorgaron los permisos de salida.
Los checos despidieron a mis padres con mucho cariño con cartas que todavía guardamos elogiando su contribución a un país y un pueblo que no eran los suyos. Igual que los refugiados en México ayudaron al país que los acogió. Mencionan la franqueza de mamá y su honradez que ahora sonaba como un elogio y no como un defecto. Los alumnos a los que se refieren en la carta, publican años después en checo su libro Antes que sea Tarde. En la del papá elogian su trabajo y “solamente un carácter de excepción y una inteligencia realmente profunda puede dar un ejemplo de vida como el que usted da. Estoy orgulloso de haberlo conocido, y casi le tengo envidia pues no estoy seguro de si yo sería capaz de hacer lo que usted ha hecho.” Cuando nos fuimos, en la estación del tren de Brno se amontonaron alumnos, amigos y compañeras míos para despedirnos. Recuerdo a un alumno de mamá que lo último que nos decía en español cuando el tren comenzó a moverse fue: “digan la verdad, digan la verdad”.
Por fin, el doce de octubre de 1955 llegamos a México, mis padres cansados moral y físicamente. Nos esperaba la familia y los amigos. Al principio vivimos con un dinero de un terreno de mi abuelita que se había vendido en La Coruña. Por primera vez tuvimos que buscar y poner casa, sin embargo, es notable que cuando papá murió ya habían podido comprar un departamento. Mis padres se fueron tranquilizando poco a poco, fueron reencontrando a los amigos de España de la Universidad de Madrid. Y aunque en algunas capas de la emigración los acusaban de traidores porque no era políticamente correcto criticar al partido comunista y a Stalin, ellos los defendieron a capa y a espada. Todavía papá tuvo un percance, alguien lo acusó en gobernación de ser el jefe del espionaje soviético en América Latina. Se pudo arreglar la situación gracias al apoyo de un amigo mexicano a pesar de que papá resultaba muy sospechoso por ser “un gran danés que actuaba como chihuahueño”, según le dijeron. Papá acabó harto de la política y las polémicas y debido a eso pidió que se publicaran sus memorias después de su muerte y no quiso que se editaran en España antes de la muerte de Franco. Esto no evitó que se acercaran a los colectivos españoles en especial al Ateneo Español en el que se hicieron socios y mamá con el tiempo colaboró ampliamente.
Manuel Tagüeña no pudo colocarse de investigador o profesor universitario, porque su complicada biografía despertaba sospechas. Trabajó en los colegios de refugiados, colaboró en centros de documentación y en una enciclopedia; tradujo y redactó artículos y libros científicos y fue asesor médico de unos laboratorios farmacéuticos fundados por exiliados. “La decisión de quedarnos en México fue en principio dolorosa pero desde el principio comprendimos las ventajas para nuestras hijas que por primera vez tenían una patria, en la que podían echar raíces y conservar su personalidad.”Mi hermana y yo hicimos la carrera de física en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Papá todavía nos hizo tareas a las dos. Mamá dio clases y luego pusimos juntas un negocio de Arte, Artesanía y Antigüedades.
Cuando murió mi abuelita su última frase fue “Y pensar que Franco ahí queda.” La muerte de Franco, que mi madre y sus amigos celebraron, representó el nacimiento de una nueva España. Pero, como escribe mamá “Nos entristeció por los que no pudieron celebrarlo y que ya éramos demasiado viejos para cambiar de vida. Dio tiempo para que muchos refugiados fueran enterrados en tierras extrañas aunque amistosas. Tiempo para que crecieran los hijos y formaran sus propias familias, tiempo para que crecieran los nietos.”
Un encuentro como el que hoy nos reúne ayuda a las nuevas generaciones a conocer hechos históricos que no deben de repetirse. Agradezco mucho haber sido invitada a contarles el exilio de mis padres y de toda nuestra familia y quiero terminar con algunas consideraciones finales.
Finalmente conseguí mi partida de nacimiento en la Representación Oficiosa de España en México cosa muy criticado por algunos, pero necesaria para recuperar mi nombre, Carmen Tagüeña Parga. Soy mexicana en mi vida cotidiana y sin embargo, me queda el dolor del exilio, me traicionan mis sentimientos. Lloro cuando escucho las canciones de la guerra civil, me conmueve el discurso de la Pasionaria al despedir las brigadas internacionales o el verso de Garfias en el Sinaia “ España que perdimos no nos pierdas guárdanos en tu frente derrumbada que un día volveremos…” Me hace todavía llorar simplemente el pensar que mis padres sí perdieron la guerra, que lo perdieron todo, sobre todo su país.
Me conmueve lo que escribe papá sobre el final de la guerra:
“A comienzos de febrero de 1939 los restos del XV Cuerpo de Ejército cruzaron la frontera francesa, quedando disuelta la unidad. Inmediatamente empecé con mis oficiales a reunir grupos de soldados dispersos. Les explicábamos la situación y luego formados, cruzaban la raya fronteriza, depositaban sus armas al lado de la carretera y seguían adelante…Al atardecer el tránsito se fue reduciendo poco a poco. En ese momento ordené cruzar la frontera a gran parte del personal del estado mayor del quince cuerpo de ejército… Con las últimas luces del día se acercaron los voluntarios de las Brigadas Internacionales. André Marty los esperaba y me pidió que me colocara a su lado. En su último y emocionante desfile pasaron ante nosotros unos centenares de supervivientes de las batallas más duras de nuestra guerra, ante los cuales mis oficiales y yo nos cuadramos, saludando militarmente, mientras se iban perdiendo en la oscuridad hacia Cerbere…”
Para terminar parte del título de esta charla se relaciona con una anécdota que cuenta mamá al final de su libro en la que relata que un amigo de ella siempre había querido que sus cenizas fueran lanzadas al Mar Mediterráneo, su mar. Poco antes de morir cambió de opinión: “ Lleven mis cenizas al Golfo de México porque todo el mar es mar”. Efectivamente como escribe ella, “todo el mar es mar y toda la tierra es tierra, pero sobre todo, todos los hombres son hombres, sin distinción de clases ni de razas, y en esta simple verdad hay que basar el nuevo humanismo poniendo al alcance de todos no solamente el pan de cada día sino también la educación, la salud y la cultura para que en lugar de avergonzarnos podamos sentirnos orgullosos de la raza humana”….y termina “me encanta una frase de Gramsci la verdad es revolucionaria, la mentira es contrarrevolución. En ese sentido a mis ochenta años sigo siendo revolucionaria.”
Esta era mi madre, Bala la llamaban sus nietos, gallega y universal, una mujer fuerte, que pese a todos los percances siempre pudo mirar hacia delante con optimismo e interesarse apasionadamente por la humanidad y sus problemas. La dedicatoria de su libro la describe:
“Bien pueden los encantadores quitarme la ventura pero el esfuerzo y el ánimo imposible.” Don Quijote de la Mancha