HomeNoticiasFundación«Juan Negrín, de otra manera», un artículo de Pedro Fuertes

«Juan Negrín, de otra manera», un artículo de Pedro Fuertes

En la foto, Pedro Fuertes, en la calle Rabadán de Las Palmas de Gran Canaria, junto al actual edificio del colegio que también conoció Heriberto Negrín. 

El sacerdote claretiano Pedro Fuertes escribe para la web de la Fundación Juan Negrín. Fuertes, poeta, periodista y profesor de Lengua y Literatura para varias generaciones de alumnos, conoció y trató a Juan Negrín Jr. hacia los años 90, cuando el hijo mayor del jefe de gobierno republicano realizó varias visitas a Gran Canaria. Fuertes estudia la figura de Negrín desde sus escritos y discursos, pero también desde la perspectiva singular que le proporciona el hecho de que el único hermano varón del estadista, Heriberto, fuera claretiano como él.

Hablar de Juan Negrín no es fácil. Afortunadamente, cada día que pasa, es más normal y gratificante. Nace en Las Palmas, de familia acomodada y devota, cercana y emprendedora. Aquí aprendió ciertas virtudes humanas y cristianas, que en cierto modo, le acompañarán toda su vida, de una manera o de otra. En los estudios fue brillante; en su manera de ser, constante; en la vida, tierno, tolerante, entrañable y respetuoso… Por eso, llegó tan lejos y consiguió metas tan altas, en lo político, en lo intelectual, en lo personal. Todo esto se daba en un hombre de bien.

Juan Negrín fue una persona muy hogareña. Acaso era el ADN que vivió en su tierra y no abandonó nunca. Siempre fue fiel a la amistad, a pesar de los momentos duros por los que tuvo que pasar. Esta fidelidad le llevó a  jugarse, acaso, el prestigio con sus amigos, incluso, con los que no pensaban como él. Intelectualmente se le debe mucho; por ejemplo, la Universidad Complutense tiene, muy destacada, la impronta suya. Fue admirable su preocupación por el mundo intelectual, por los universitarios, por la educación. Sus discípulos fueron muchos y brillantes, agradecidos. Políticamente iba por delante de los demás mortales. Vivió unos tiempos convulsos y complejos, difíciles de analizar, valorar y entender. Este fue su problema. Vivió el tiempo desde otra órbita, desde el punto de vista social, político y religioso.

Su familia, profundamente creyente, estuvo cerca de él. Y él cerca de su familia. Cuando el destierro, lleva consigo a su madre, a su hermana Lola, y más tarde, se le agrega su hermano Heriberto, claretiano. Se establecen cerca de Lourdes; puede ser que la Virgen tuviera algo que ver. La devoción a María que sintió en Canarias, en el Santuario Corazón de María de los claretianos, siguió viva en Francia. En el destierro conservan y se acrecientan la mutua confianza familiar. Antes, en su casa de Madrid, acogieron a varios religiosos claretianos en horas confusas y descontroladas.

Él nunca pensó que las masas se desbordaran de ese modo. Los claretianos tenemos pruebas muy reveladoras. Tranquilizó a los superiores diciéndoles que no iba a pasar nada… Después, las “circunstancias” le superaron. La intransigencia, por una y otra parte, fue el caldo de cultivo de esa época. Se echó de menos la formación cívica, política y religiosa que él con tanta convicción postulaba. Por lo mismo, los grupos agitadores campaban a sus anchas. Estos desmanes le crearon mucha desazón personal. Tuvo, como hemos dicho, un hermano misionero claretiano, Heriberto, fervoroso, sensible, abierto, bueno y sincero. Murió en Pau el 24 de abril de 1966. Tantas eran las incomprensiones, que tuvo que salir con su madre y hermana para Francia, sorteando obstáculos y dificultades.

¿Y el aspecto religioso? Sin duda lo llevaba muy dentro, rezumaba muy vivo en su corazón. Por eso, no desentonaba de su familia. En Las Palmas, por el mes de mayo, nunca faltaba la corona de flores de la familia Negrín al Corazón de María. Cuando su padre muere en 1941, el claretiano Padre Serna lo atiende en los últimos momentos y celebra los funerales. Su hijo, Heriberto, no pudo asistir por motivos evidentes. Juan continuó viviendo en Francia con su familia, con salidas a Inglaterra, Méjico y Estados Unidos. En Méjico como Presidente de la República, el 3 de septiembre de 1945, pronunció un discurso inteligente y pragmático, propio de un presidente de gobierno, abierto, democrático, nada tendencioso, ofreciendo las manos a la reconciliación y a un posible pacto de concentración. Habla de “deslindar el campo de la política y el campo de la religión”, pide comprensión: “En España, oficialmente, por lo menos, todos o casi todos los españoles son católicos de un bando y de otro. De nuestro lado… han luchado muchos católicos, fueron la mayoría… Con el Evangelio en una mano y la Constitución en la otra, no hay problema irresoluble en España… El sentimiento religioso es una de las cosas que mayor respeto puede y debe imperar en toda persona… De sentimientos religiosos están, con frecuencia, imbuidos aquellos que niegan la religión… Ni la República ni ninguna organización de Estado… puede pretender… acabar y anular el sentimiento religioso”. Expresiones que hablan por sí solas de las sensibilidades que se movían en el corazón de Juan Negrín. Además de esta educación, estaba la convivencia religiosa con su hermano Heriberto, con su madre y su hermana Lola. Me atrevo a decir que Juan Negrín murió con tres heridas en el alma: 1) Querer creer y no poder; 2) Querer instaurar la República y no poder; y 3) Querer recuperar a los republicanos y no poder. Todo esto desde el amor a la política, a las personas, aunque no pensaran como él. Era un convencido humanista. Y como humanista solía terminar sus clases recomendando a sus alumnos que leyeran a nuestros humanistas más clásicos, a Suárez, o a cualquier otro filósofo español, como escribe con acierto, Eligio Hernández, experto en estos temas. Entre sus ministros tenía creyentes, entre sus amigos tenía también muchos creyentes. En su familia, no digamos.

Desde París envía una carta, el 20 de Julio de 1952, a su discípulo José María del Corral, profesor de bioquímica en Cádiz. La carta es emocionante, tierna y sincera. Le comunica que don Jesús Bellido, “nuestro común amigo y colega… ha muerto como el católico ferviente que siempre ha sido… y que a él ciertamente le hubiese emocionado saber que usted lo recuerda en sus plegarias, cosa que no podemos hacer, a menos en la misma manera, los que no tenemos el privilegio de haber sido tocados por la fe”. Acaso una manera de decir que, en el fondo, creía de verdad, quería creer, que ya es bastante. La fe religiosa de la familia afloraba en estos momentos. Otra manera de ser y de creer.