En la foto, Floren Dimas, en la sala de consulta de la Fundación Juan Negrín.
El investigador murciano Floren Dimas sostiene que el SIM (Servicio de Investigación Militar) de la República española es “la bestia parda de la llamada quinta columna” durante la guerra civil.
Dimas ha viajado en Gran Canaria para consultar el Archivo Negrín, donde ha encontrado “abundante documentación” sobre este asunto. Estudia un aspecto del papel de la Base Naval de Cartagena durante la guerra, bajo la dirección científica de la profesora Carmen González, del departamento de Historia Contemporánea y de América de la Universidad de Murcia.
Hasta ahora toda la información con la que contaba estaba fragmentada o procedía de los juicios sumarios incoados por los vencedores a los miembros del SIM de Cartagena. En el Archivo Negrín ha hallado “dos grandes carpetas completamente dedicadas al SIM como organización estatal. Digerir todo lo que hemos acopiado aquí nos va a llevar meses”.
Como su colega Manuel López Franco, Floren Dimas parte del hecho de que “la base naval de Cartagena fue determinantes para que la República pudiera luchar durante tres años”.
“Sin la base naval hubiera sido imposible sostener el esfuerzo de guerra porque la inmensa mayoría de suministros que entran en la República, sobre todo a partir de octubre del 36 hasta el final, lo hacen por Cartagena”, señala.
La situación no es pacífica dentro de la base: Los militares de Cartagena quedan adscritos a la República por una cuestión geográfica, “pero la mayoría de la oficialidad está en realidad alineada con los sublevados por ideología y por extracción social, entre otras razones”.
Durante la ola revolucionaria, estos oficiales se esconden bajo las piedras. “La mayoría se camufló en el paisaje durante los dos o tres primeros meses, pero desde octubre empezaron a sacar la cabeza” y van ocupando cargos de cierta relevancia “con el beneplácito, lamentablemente, de gran parte del mando de la flota republicana, sobre todo a nivel de subsecretaría de Defensa”.
“Cuerpos enteros (del supuesto ejército y la armada republicanos) como intervención, sanidad, intendencia y justicia prácticamente estaban tomados por la quinta columna. Los talleres de artillería, tomados por la quinta columna. Talleres de torpedos, de telemetría, de ajuste de puntería, todo estaba tomado por la quinta columna con sus correspondientes acciones de sabotaje. Este panorama es tremendo y solo lo hemos constatado cuando nos hemos adentrado en la investigación y a través de las propias declaraciones que hacen después de la guerra los actores, que hacen de ello un mérito, una virtud”.
El SIM debe luchar contra estos infiltrados, es “la bestia parda de la llamada quinta columna”, en expresión del investigador murciano.
El sabotaje abarca amplios campos: a las espoletas de los torpedos, a los temporizadores de las granadas , a la artillería antiaérea, a los reglajes de los reflectores de los antiaéreos, en los periscopios de los submarinos. “Lo raro”, resume, “era que funcionase algo”.
“El SIM es una organización de contraespionaje fundamental, creada ad hoc precisamente cuando se toma conciencia de que hay que limpiar o al menos intentar rebajar en lo posible la acción de termitas de todo ese entramado subversivo que abarca todos los escalones de mando, todas las especialidades y todas las instituciones”.
El conocimiento de la situación obliga al gobierno de Negrín a tomar extremas precauciones a la hora de enviar a la Unión Soviética el oro que permitió comprar suministros. “Se hizo en secreto total y absoluto. Sólo cinco personas lo sabían” .
Aparte de los quintacolumnistas, el Servicio de Información Militar tenía trabajo con los consulados de las potencias que mantenían relaciones diplomáticas con la República pero que, en realidad, “eran adversarios inequívocos”. Dimas describe situaciones chocantes: el consulado alemán estaba situado a las puertas de la Base Naval, de tal manera que “el señor cónsul del Tercer Reich se asomaba a la ventana y veía cuando entraban los barcos y los submarinos”.
Por emisora de onda corta o por valija diplomática, la información acababa en manos del cuartel general de Franco.