Por Eligio Hernández, vicepresidente de la Fundación Juan Negrín
En septiembre de 1976, recién tomado posesión como Juez de Instrucción nº2 de Telde, asistí a un acto en la Universidad de la Laguna de homenaje a Don Juan Negrín, organizado por el Partido Socialista Popular, en el que pronunció una magistral conferencia Juan Marichal sobre el ilustre científico y estadista, cerrando brillantemente el acto el profesor Tierno Galván, quien destacó que Negrin era un hombre “de una pieza”, como luego lo recordó en su libro “Cabos Sueltos”, en el que cita a Alfredo Mederos. Era el primer homenaje que se tributaba, después de la guerra civil y de la dictadura caudillista, al Dr.Negrin, calumniado e injuriado por los vencedores y vencidos de la contienda fratricida, incluso por su propio partido el PSOE, que lo había expulsado en 1947, como puede comprobar con tristeza y desolación en la primera conferencia que sobre él pronunció en febrero del mismo año Juan Marichal en la Fundación Pablo Iglesias. Yo ya era uno de los socialistas que mejor conocía la figura histórica de Juan Negrin, debido a mi relación semanal durante los años que estuve en Madrid preparando oposiciones a la Carrera Judicial con el preclaro alumno de Don Juan, el Dr. herreño Pedro de la Barreda, al que debo mi temprano conocimiento sobre aquél. Fue cuando conocí a Alfredo Mederos, que ya tenía un conocimiento profundo sobre Negrin como científico y de los alumnos que integraron su escuela científica sin precedentes. Desde entonces he mantenido una estrecha relación de amistad y compañerismo con Alfredo, al que siempre admiré porque siendo un notable hombre de Ciencia, tenía una sólida formación humanista, fruto de su insaciable curiosidad intelectual que le permitió escribir varios libros sobre diferentes temas, entre otros, las cuatro obras que le dedicó a la República y a la represión franquista en la isla de la Palma, que le consagró como consumado especialista de la Memoria Histórica a la que dedicó mucho tiempo, e incentivó la búsqueda de los restos de republicanos asesinados por el franquismo para que sus familiares les dieran una digna sepultura. Cabe destacar su magnífico estudio sobre la “Antología de Musas Cautivas” que recoge la obra poética de los presos políticos republicanos canarios en las cárceles de Gando (Gran Canaria) y Fyffes (Tenerife), su libro sobre la brillante etapa de la Universidad de la Laguna siendo Rector su maestro el también científico humanista Benito Rodríguez Ríos, sobre el cultivo del tabaco en la Palma, y sobre otros muchos temas que no fueron ajenos a sus preocupaciones culturales y por la agricultura.
La Fundación Juan Negrín le nombró Patrono representante de la misma en la provincia de Santa Cruz de Tenerife. Participamos juntos en muchos actos dedicados la memoria histórica y al legado histórico de la II República, sobre el que impartimos conjuntamente varias conferencias, también sobre Juan Negrin, atentos siempre a la publicación por la Librería Lemus de las obras más recientes sobre la República y la Guerra Civil, de las que nos regalamos algunos libros mutuamente. Nos unió nuestra profunda vocación y amor por la II República, para nosotros el mayor intento de modernización y europeización de la historia contemporánea de España, que para la mayoría de los españoles, constituyó una esperanza para resolver los tradicionales problemas seculares de España: la cuestión regional, el problema religioso, el problema militar , las injusticias sociales acentuadas por el régimen caciquil de la Restauración, el aislamiento internacional, y otros que habían sumido a nuestra patria en el pesimismo desde los acontecimientos de 1898. Alfredo se preocupó especialmente del impulso que en este corto período republicano se dio a la cultura, a la educación, y a la investigación científica bajo el magisterio de la Institución Libre de Enseñanza y de la Junta para la Ampliación de Estudios, que hicieron posible lo que se ha considerado como una segunda edad de oro de la cultura española, integrada también por el exilio,-tras la guerra civil que destruyó la ciencia en España-, de los miles de eminentes catedráticos de todas las disciplinas que prestigiaron y elevaron el nivel científico de muchas universidades hispanoamericanas, especialmente la Universidad de Méjico, tema por el que Alfredo tenía especial predilección.
Alfredo era el arquetipo de compañero y amigo leal, y de socialista ejemplar. Hombre machadianamente bueno, sencillo y humilde, que hacía gala, como le recomendó el Quijote a Sancho, de sus orígenes campesinos. No se interesó por ocupar altos cargos en las etapas de gobiernos socialistas, para los que tenía muchos más méritos que los que tuvimos la suerte de desempeñarlos. Siempre fue ajeno a las pompas oficiales y, desde luego, a las mundanas, e indiferente a todo lo que no fuera el peso de su trabajo.
Cuando fui al Tanatorio a velar su cuerpo recordé el texto de una lápida romana de las termas de Caracalla, que dirigí a en silencio a Alfredo: “Te recordaré siempre querido amigo y compañero, en invierno y en verano, lejos y cerca, mientras viva y después”, al que también le dije, como nuestro admirado poeta Miguel Hernández: “Escríbele a la tierra, que yo te escribiré”.